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viernes, 4 de mayo de 2018

LA CIUDAD DE DIOS CONTRA PAGANOS - LIBRO XX [El juicio final] CAPÍTULO I Aunque Dios en todo tiempo juzga, en este libro se trata del juicio final propiamente dicho


San Agustín - Augustinus Hipponensis


LA CIUDAD DE DIOS
CONTRA PAGANOS
Traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA

LIBRO XX
[El juicio final]

CAPÍTULO I

Aunque Dios en todo tiempo juzga, en este libro se trata del juicio final 
propiamente dicho

1. Vamos a hablar del día del juicio definitivo de Dios, según Él mismo nos vaya dando a entender. Y como afirmaremos su existencia, en contra de los impíos y descreídos, hemos de fundarnos, a modo de sólido cimiento, sobre los testimonios divinos. Quienes rehúsan darle crédito se afanan por oponer sus pobres argumentos humanos, llenos de errores y falsedades; pretenden dar un significado diverso a los testimonios aducidos por la Escritura, o niegan, en fin, rotundamente que Dios lo haya afirmado. Porque yo estoy convencido de que no hay mortal alguno que, comprendiendo correctamente estos testimonios y creyendo que han sido pronunciados por el mismo soberano y verdadero Dios, a través de algunas almas santas, no se rinda ante ellos y les dé su asentimiento, ya lo confiese de palabra, ya se avergüence o tenga miedo de confesarlo, por efecto de algún vicio, o ya, incluso, se empeñe, con una terquedad rayana en la demencia, en defender obstinadamente lo que él conoce y cree como falso en contra de sus propias convicciones sobre la verdad auténtica.

2. Lo que la Iglesia entera del verdadero Dios afirma en su confesión y profesión pública de fe, a saber: que Cristo ha de venir desde el cielo a juzgar a vivos y muertos; a esto lo llamamos el día último del juicio divino, es decir, el tiempo final. Desconocemos cuántos días durará ese juicio. Suelen tener por costumbre las santas Escrituras usar el término «día» en lugar de «tiempo», como sabe cualquiera que las haya leído con atención. Nosotros, al citar el día del juicio, añadimos «último» o «final», puesto que también ahora juzga Dios, y ha juzgado desde el comienzo del género humano, excluyendo del Paraíso y separando del árbol de la vida a los primeros hombres, reos de un gran pecado. Es más, cuando no perdonó a los ángeles prevaricadores1, cuyo cabecilla, tras haberse perdido a sí mismo, pervirtió por envidia a los hombres, entonces, sin duda, actuó como juez. Y no ha sucedido sin este misterio y justo juicio divino el que tanto en estos aires celestes como en la tierra transcurra de la forma más lastimosa la vida de los demonios y hombres, llena de errores y calamidades. Y al contrario, en el supuesto de que nadie hubiese pecado, no sucedería sin su juicio, lleno de bondad y justicia, el mantener unidas a sí, su Señor, con la mayor perseverancia, a todas las criaturas racionales en la felicidad eterna.


Juzga Dios también, y no de una manera únicamente universal, cuando decide sobre la culpa de los primeros pecados de la raza de demonios y hombres para su desgracia; lo hace también de las propias obras de cada uno, fruto del albedrío voluntario. En efecto, los demonios suplican que cesen sus tormentos, y no sería injusto el perdonarlos ni tampoco el que continúen en sus tormentos, según su propia perversidad2. Los hombres, a su vez, son castigados por Dios según sus hechos, abiertamente con frecuencia, y ocultamente siempre, sea en esta vida o después de la muerte. Aunque en realidad no hay hombre que obre con rectitud si no es con la ayuda divina ni demonio u hombre que obren mal si no se lo permite un divino y justísimo juicio. De hecho, dice el Apóstol: En Dios no hay injusticia3; y de él son también estas palabras: ¡Qué insondables son los juicios de Dios y qué irrastreables sus caminos!4 No voy a tratar en este libro de aquellos primeros jui­cios ni tampoco de estos segundos, sino más bien -según su ayuda- del último, aquel en que Cristo ha de venir del cielo para juzgar a los vivos y a los muertos. Éste es el propiamente llamado «día del juicio», porque allí no habrá lugar a quejas de incautos, a ver por qué éste es feliz siendo malo, o por qué el otro, que es justo, es desgraciado. Se verá claramente cómo la auténtica y colmada felicidad será la de todos y solamente los buenos, y, en cambio, la desgracia suma y merecida será para todos y solos los malos.

CAPÍTULO II

Inestabilidad de lo humano, aunque no podemos decir que falte el juicio de Dios, 
por más que nos sea irreconocible

En las presentes circunstancias aprendemos a sobrellevar con serenidad de espíritu los males, sufridos también por los buenos, y a no sobrevalorar los bienes, que poseen incluso los malos. Así, hasta en aquellas coyunturas en que no aparece clara la divina justicia, encontramos una saludable lección. No sabemos en virtud de qué dictamen divino ese hombre justo sea pobre, y aquel otro malvado sea rico; por qué éste disfruta de alegría cuando su depravada conducta le hace acreedor -nos parece- de tormentos y calamidades, mientras que este otro, cuya vida ejemplar nos convence de que debería rebosar de gozo, vive entristecido; por qué un inocente sale del tribunal no solamente sin ser vengado, sino incluso condenado, víctima de la injusticia del juez, o abrumado de falsos testimonios; y, en cambio, el criminal, su adversario, no sólo queda impune, sino que, incluso tras ser vengado, se levanta insolente en su triunfo; por qué el impío goza de excelente salud, mientras que el hombre religioso se ve consumir en la enfermedad; por qué hay mozos entregados al pillaje rebosando salud, y niños que ni de palabra siquiera han podido ofender a nadie, atormentados por las más diversas y atroces dolencias; por qué a este hombre, de tanto provecho para la Humanidad, lo arrebata una muerte apresurada y otro que no debería ni haber nacido -así lo pensamos- la vida se le prolonga generosamente; por qué a tal hombre lleno de crímenes se le encumbra, colmándole de honores, mientras que el otro, de intachable proceder, queda escondido en las tinieblas de la vulgaridad. Y así otros casos parecidos; ¿quién sería capaz de enumerarlos, de revisarlos todos?

Pero supongamos que estos hechos, en sí paradójicos, se mantuvieran constantes, y en esta vida, en la que, según el sagrado cántico, el hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa5, únicamente los malvados lograsen los bienes fugaces de la tierra y, por el contrario, solamente los buenos sufriesen males semejantes: podía atribuirse este acontecer a un designio justo de Dios, o al menos un designio misericordioso. Así, quienes no habían de conseguir los bienes eternos, causa de su felicidad, con los bienes temporales recibirían un desengaño por su malicia, o un consuelo por la misericordia de Dios; en cambio, quienes no habían de sufrir los eternos tormentos, con estos otros tormentos temporales recibirían castigo de sus pecados, cualesquiera que ellos sean y por insignificantes que sean, o bien serían probados hasta lograr la perfección de sus virtudes.

Pero como en realidad no sólo en el malvado hay bienes y en el bueno males -lo que se ofrece a primera vista como injusto-, sino que también con frecuencia a los malos les suceden desgracias y a los buenos venturas, más «insondables se tornan los juicios de Dios y más irrastreables sus caminos». Por eso quizá ignoremos con qué designio realiza Dios tales obras o permite tales acontecimientos, Él, en quien se halla la virtud consumada, y la más encumbrada sabiduría y la perfecta justicia; Él, en quien no hay rastro de debilidad alguna, ni de precipitación, ni de injusticia; con todo, aprendemos una saludable lección: el no darle excesiva importancia ni a los bienes ni a los males, puesto que los vemos tanto en los buenos como en los malos, y sí, en cambio, el buscar los verdaderos valores, propios de los buenos, y evitar con todas nuestras fuerzas aquellos males exclusivos de los malvados. Pero cuando nos encontremos ante aquel juicio de Dios6 (cuyo tiempo propiamente se llama «día del juicio», y a veces «día del Señor»), entonces quedará patente que son perfectamente justos no sólo los juicios dictaminados entonces, sino también todos aquellos que han tenido lugar desde el principio y los que han de tener lugar hasta ese momento. Allí quedará de manifiesto incluso con qué justo designio de Dios sucede que tantos, casi todos los justos juicios de Dios quedan ocultos a los sentidos y a la inteligencia de los mortales, siendo así que en este campo no se oculta a la fe de los creyentes que es justo el hecho mismo de quedar oculto.

CAPÍTULO III

Salomón, en el libro del Eclesiastés, ya reflexiona sobre lo que buenos y malos 
tienen de común en esta vida

Ya Salomón, el rey más sabio de Israel, que reinó en Jerusalén, comienza así el libro llamado Eclesiastés, y que incluso los judíos tienen en el canon de las sagradas letras: Vanidad de los vanidosos -dice el Eclesiastés-; vanidad de los vanidosos, todo es vanidad. ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?7 Y partiendo de esta exclamación va conectando con todo lo demás: recuerda las calamidades y las falsedades de esta vida, al par que el tiempo se nos desvanece de entre las manos; nada hay sólido, nada se mantiene estable. En medio de toda esta fatuidad bajo el sol deplora también de alguna manera que, a pesar de sobreabundar la sabiduría sobre la insipiencia, como la luz sobre las tinieblas, y de llevar el sabio los ojos en la cara y el necio caminar en tinieblas, a todos, por supuesto8, les aguarda la misma suerte en esta vida que llevamos bajo el sol. En tal afirmación pone de manifiesto las desventuras que vemos aguardar lo mismo a buenos que a malos.

Dice más aún: que los buenos padecen desgracias como si fueran malos, y los malvados, como si fueran buenos, consiguen venturas. Éstas son sus palabras: Sucede otra vanidad todavía sobre la tierra: hay honrados a quienes toca la suerte de los malvados, mientras que a los malvados les toca la suerte de los honrados. Esto lo considero como una vanidad9. En esta vanidad, a la que el sabio varón dedica todo este libro con objeto de convencernos de ella (no con otra finalidad, evidentemente, sino la de inculcarnos el deseo de la vida que no tiene vanidad bajo este sol, sino la verdad bajo el autor de este sol), en esta vanidad, digo, ¿se desvanecerá, acaso, el hombre, hecho semejante a esta nada, sin un justo y recto designio de Dios?

Sin embargo, lo que ante todo importa al hombre durante los días engañosos que le toca vivir es si opone resistencia o si acata la verdad; si está ajeno o si cumple la verdadera religión. Y no precisamente con miras a conseguir los bienes o librarse de los males de esta vida, tan fútiles y huidizos, sino con la intención puesta en el juicio que ha de venir, puerta que dará acceso a los bienes para los buenos y a los males para los malos con una duración sin término. Este hombre, en fin, lleno de sabiduría, concluye su libro con estas palabras: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es ser hombre perfecto; porque Dios juzgará todas las acciones, incluso las del más insignificante, buenas y malas10. ¿Qué cosa más breve, verídica y saludable se puede decir? Teme a Dios -dice- y guarda sus mandamientos, porque esto es ser hombre perfecto. Efectivamente, todo el que existe no es otra cosa que esto: un cumplidor de los mandatos de Dios. Porque el que no es esto no es nada; no se acomoda a la imagen de la verdad, permaneciendo en su parecido a la nada. Porque Dios juzgará todas las acciones, es decir, lo que el hombre realiza en esta vida, tanto las buenas como las malas, incluso las del más insignificante, a saber: las de todo aquel que nos parece aquí despreciable, y, por lo tanto, ni aparece siquiera, pero Dios sí lo ve, y no lo desprecia ni lo deja a un lado en el juicio.

CAPÍTULO IV

Al estudiar el juicio final se aducirán primero los testimonios del Nuevo Testamento, 
y en segundo lugar los del Antiguo

Los testimonios sobre el juicio último de Dios, que tengo intención de tomar de las santas Escrituras, los voy a elegir primero entre los del Nuevo Testamento, y después entre los del Antiguo. Cierto que los antiguos tienen prioridad en el tiempo; sin embargo, los nuevos merecen un primer puesto en dignidad, dado que los viejos son un anuncio de los nuevos. Serán, pues, aducidos éstos en primer lugar, y para dejarlos probados con más solidez, aduciremos también los antiguos.

Entre los antiguos tenemos la Ley y los Profetas. Entre los nuevos, el Evangelio y las cartas apostólicas. Dice el Apóstol: La función de la ley es dar conciencia de pecado. Ahora, en cambio, independientemente de toda ley, está proclamada una amnistía que Dios concede, avalada por la Ley y los Profetas, amnistía que Dios otorga por la fe en Jesucristo a todos los que tienen esa fe11. Esta amnistía de Dios pertenece al Nuevo Testamento, y tiene a su favor el testimonio de los libros del Antiguo, es decir, la Ley y los Profetas. Vayamos, pues, por partes: primero hagamos exposición de la causa; luego traeremos los testigos. Éste es el orden que el mismo Cristo Jesús nos insinuó seguir: Todo letrado -dice- que entiende del reino de Dios se parece a un padre de familia que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas12. No dijo «antiguas y nuevas». Lo hubiera dicho, por supuesto, si no hubiera preferido guardar el orden de los valores más que el de los tiempos.

CAPÍTULO V

Palabras del Señor, nuestro salvador, que demuestran que al final del mundo 
tendrá lugar un juicio de Dios

1. El mismo Salvador, reprendiendo a las ciudades que continuaban incrédulas a pesar de los grandes prodigios en ellas realizadas, las pospone a las ciudades extranjeras, y dice: Pero yo os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y Sidón que a vosotras. Y poco después le dice a otra ciudad: Pero yo os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti13. Declara en este pasaje con toda evidencia que tendrá lugar el día del juicio. Y se expresa así en otro lugar: En el juicio se alzarán los habitantes de Nínive al mismo tiempo que esta generación, y harán que la condenen, pues ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás, y hay más que Jonás aquí. En el día del juicio se pondrá en pie la reina del Sur al mismo tiempo que esta generación, y hará que la condenen, pues ella vino desde los confines de la tierra para escuchar el saber de Salomón, y hay más que Salomón aquí14. Dos cosas nos revela este pasaje: que llegará el juicio y que tendrá lugar al tiempo de la resurrección de los muertos. En la alusión que hacía a los ninivitas cuando pronunciaba estas palabras se refería, por supuesto, a los muertos, anunciando, sin embargo, de antemano que habían de resucitar. Y no dijo «condenarán», como si fuesen ellos los jueces, sino que, de una confrontación con ellos, estas ciudades saldrían condenadas.

2. Hay otro pasaje, cuando habla de la mezcla actual de buenos y malos y la posterior separación, que tendrá lugar, sin duda, el día del juicio; en dicho pasaje aduce la comparación del trigo sembrado al que se le ha echado encima cizaña. Dice al explicarles esta comparación a sus discípulos: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los secuaces del Malo; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Lo mismo que la cizaña se entresaca y se quema, sucederá al fin del mundo; el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, escardarán de su reino a todos los corruptores y malvados, y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga15. Cierto que aquí no nombra las palabras «juicio» o «día del juicio», pero con los hechos lo expresa con mucha más claridad y predice que sucederá al fin de los siglos.

3. Les dice Jesús también a sus discípulos: Os aseguro que cuando llegue la nueva creación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel16. Por este inciso sabemos que Jesús juzgará acompañado de sus discípulos. De aquí que en otro lugar diga a los judíos: Si yo echo los demonios por arte de Belcebú, vuestros adeptos ¿por arte de quién los echan? Por eso ellos mismos serán vuestros jueces17. Pero como habla de sentarse sobre doce tronos, no vamos a pensar que solamente compartirán el juicio con él doce personas. En realidad, el número doce indica de alguna manera la totalidad de los jueces, y esto por las dos partes de que consta el número siete, el cual, la mayoría de las veces, significa la totalidad. Estas dos partes, el tres y el cuatro, multiplicadas una por otra, dan doce; en efecto, el triple de cuatro y el cuádruplo de tres son doce, sin contar los otros caminos por los que la razón podría llegar a la misma conclusión. De no ser así, puesto que está escrito que Matías fue consagrado apóstol en sustitución del traidor Judas18, Pablo el apóstol, que trabajó más que todos ellos19, no tendrá cátedra donde juzgar, él que declara pertenecer, junto con otros santos, al número de los jueces cuando dice: ¿No sabéis que hemos de juzgar a ángeles?20

Con relación a los que han de ser juzgados, también en el número doce se encuentra una explicación parecida. Por supuesto, no por haberse dicho para juzgar a las doce tribus de Israel dejarán de juzgar a la tribu de Leví, que es la trece, o que solamente harán juicio al pueblo judío, dejando al resto de las naciones.

Con el término la nueva creación quiso aludir Jesús, sin lugar a dudas, a la resurrección de los muertos. De hecho, nuestra carne recibirá una nueva creación por la incorruptibilidad, lo mismo que nuestra alma la recibe por la fe.

4. Dejo a un lado muchos testimonios referentes al juicio final, pero que, examinados atentamente, parecen ambiguos o tienen por tema principal otra cosa, como puede ser la venida del Salvador que está realizando continuamente a su Iglesia, esto es, a sus miembros individual y paulatinamente, puesto que toda ella se identifica con su cuerpo. O también aquellos textos que se refieren a la destrucción de la Jerusalén te­rrena, dado que, al hablar de ella, da la impresión de que se habla de aquel día del juicio último y grandioso. Pero resulta imposible de todo punto precisar el valor del testimonio, a menos que se haga una confrontación textual entre los tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, en sus pasajes paralelos sobre el tema. De esta forma, con la oscuridad de uno y la claridad de otro sobre un mismo punto, se descubre mejor la razón de algunas afirmaciones. Esto es lo que ya he intentado de alguna manera en una carta que dirigí a un tal Hesiquio, de feliz memoria, obispo de Salona. El título de la carta es El fin del mundo.

5. Voy, pues, a tratar el pasaje evangélico de Mateo sobre la separación de buenos y malos en el juicio inapelable y final de Cristo. Dice así: Cuando el Hijo del hombre venga con su esplendor, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono real y reunirán ante Él a todas las naciones. Él separará a unos de otros como un pastor separa las ovejas de las cabras, y pondrá a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme. Entonces los justos le replicarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo llegaste como extranjero y te recogimos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les contestará: Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo. Después dirá -prosigue- a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. También a los condenados les va enumerando luego de manera parecida lo que dejaron de hacer y que les recuerda a los de la derecha haberlo cumplido. De igual modo le preguntan cuándo lo vieron en circunstancias como ésas: la respuesta es que cuando no lo hicieron con los suyos más humildes, lo dejaron de hacer con Él. Y termina así su alocución: Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna21.

Juan el evangelista declara explícitamente que Jesús ha predicho que tendrá lugar el juicio cuando llegue la resurrección de los muertos. He aquí sus palabras: Porque tampoco el Padre juzga a nadie; ha delegado en el Hijo toda potestad de juzgar para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Negarse a honrar al Hijo significa negarse a honrar al Padre, que lo ha enviado. Y añade a continuación: Sí, os lo aseguro: Quien oye mi mensaje y da fe al que me envió, posee vida eterna y no se le llama a juicio; no, ya ha pasado de la muerte a la vida22. Cosa curiosa: Juan afirma aquí que los fieles de Cristo no serán llamados a juicio. ¿Cómo, entonces, serán separados de los malos por un juicio y estarán en pie a su derecha? Es evidente que Juan en esta perícopa emplea el término «juicio» en el sentido de «condenación». De hecho, no serán llamados a un juicio de este tipo quienes oyen el mensaje de Cristo y dan fe a quien le envió.

CAPÍTULO VI

Cuál puede ser la primera resurrección y cuál la segunda

1. Continúa Jesús diciendo: Sí, os aseguro que se acerca la hora, o mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y al escucharla, tendrán vida. Porque el Padre dispone de la vida y ha concedido al Hijo disponer también de la vida23. Todavía no habla de la segunda resurrección, la de los cuerpos, que tendrá lugar al final. Habla de la primera, que tiene lugar ahora. Para distinguirla dice: Se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado ya. No se trata aquí de la resurrección de los cuerpos, sino de la de las almas. Porque también las almas tienen su muerte, originada por la impiedad y los pecados. Con esta muerte están muertos aquellos de quienes el mismo Señor dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos24. En otras palabras: que los muertos en el alma entierren a los muertos de cuerpo. A éstos, precisamente, muertos de alma por la impiedad y la injusticia se refiere cuando dice: Se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y al escucharla, tendrán vida. Cuando dice al escucharla debemos entender los que la obedezcan, los que le presten fe y se mantengan hasta el final. Y aquí no establece ninguna diferencia entre buenos y malos. A todos, por supuesto, les viene bien oír su voz y comenzar a tener vida, una vida religiosa, pasando a ella desde la muerte de la impiedad.

El apóstol Pablo se expresa así a propósito de esta muerte: Por consiguiente, todos han muerto; es decir, murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos25. Todos, pues, han recibido la muerte por sus pecados, sin excepción alguna en absoluto, sea por el pecado original, sea por los que voluntariamente han ido acumulando, ya sin saber, ya sabiendo qué es lo debido y no cumpliéndolo. Pues bien, por todos estos muertos ha ido a la muerte un solo viviente, es decir, el que no tenía absolutamente ningún pecado. De esta manera, los que tengan vida por la amnistía de los pecados, no vivan ya para sí, sino para Aquel que a causa de nuestros pecados murió por todos y resucitó con vistas a nuestra rehabilitación. De esta forma, creyendo en Él, que rehabilita al culpable, rehabilitados de nuestra culpabilidad, algo así como devueltos de la muerte a la vida, podremos tener parte en la primera resurrec­ción, la que tiene lugar actualmente. En esta primera no tendrán parte más que aquellos que lleguen a la beatitud eterna. En la segunda, en cambio -de la que bien pronto nos va a hablar el Señor-, veremos cómo tendrán parte tanto los bienaventurados como los desgraciados. Aquélla es una resurrección de misericordia; ésta, de justicia. Por eso está escrito en el salmo: Voy a cantar para ti, Señor, la bondad y la justicia26.

2. Sobre esta justicia añadió en seguida Cristo: Y, además, le ha dado autoridad para pronunciar sentencia, porque Él es el Hijo del hombre. Aquí manifiesta que ha de venir a pronunciar sentencia en la misma carne en que había venido a ser sentenciado. Por eso dice: Porque Él es el Hijo del hombre. Y prosigue sobre lo mismo: No os asombre esto, porque se acerca la hora en que escucharán su voz los que están en el sepulcro y saldrán: los que hicieron el bien resucitarán para la vida; los que practicaron el mal resucitarán para el juicio27. Este «juicio» es el mismo que poco antes ha tomado con la acepción de «condena», en aquellas palabras: Quien oye mi mensaje y da fe al que me envió posee vida eterna y no se le llama a juicio; no, ya ha pasado de la muerte a la vida28. Teniendo, pues, parte en la primera resurrección, por la que ya ahora se pasa de la muerte a la vida, no se incurre en condenación, significada bajo el nombre de juicio. Igualmente ocurre en este otro pasaje: Los que practicaron el mal resucitarán para el juicio, es decir, para la condenación.

Por lo tanto, quien quiera verse libre de condena en la segunda resurrección, que resucite en la primera. Porque se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y al escucharla, tendrán vida29, esto es, no incurrirán en condenación, llamada «muerte segunda». A esta muerte que sucederá después de la segunda resurrección -la de los cuerpos- serán precipitados quienes no resuciten en la primera -la de las almas-. Porque se acerca la hora (yaquí ya no dice: ha llegado ya, porque sucederá al final del mundo, en el último y más solemne juicio de Dios) en que todos cuantos están en los sepulcros escucharán su voz y saldrán30. Ya no dice como antes: Y al escucharla, tendrán vida. Porque no todos tendrán vida, la vida que, por ser bienaventurada, es la única que realmente merece tal nombre. Evidentemente no es posible, sin alguna clase de vida, oír la voz y, resucitando la carne, salir del sepulcro. Pero la razón por la que no todos tendrán vida nos la da Cristo en el inciso siguiente: Los que hicieron el bien resucitarán para la vida: he aquí los que tendrán vida; y los que practicaron el mal resucitarán para el juicio: he aquí los que no tendrán vida, porque morirán con la segunda muerte. Practicaron el mal porque han vivido mal; y han vivido mal porque no han resucitado en la primera resurrección, la que tiene lugar ahora, o quizá no se mantuvieron hasta el final en esa nueva vida adquirida.

Así como son dos las nuevas creaciones, de las que acabo de hablar más arriba -una según la fe, que tiene lugar por el bautismo; la otra según la carne, que sucederá cuando llegue su incorruptibilidad y su inmortalidad como consecuencia del último y solemne juicio-, así también son dos las resurrecciones: una, la primera, tiene lugar ahora, y es la de las almas; ésta inmuniza contra la muerte segunda. En cuanto a la segunda resurrección, no sucede ahora; tendrá lugar al final de los siglos. No afecta a las almas, sino a los cuerpos, y, en virtud del juicio final, a unos los precipitará a la muerte segunda; a otros, en cambio, los conducirá hasta aquella vida que no conoce la muerte.

CAPÍTULO VII

Las dos resurrecciones y los mil años. ¿Qué es lo que Juan escribió en el Apocalipsis, 
y qué es lo que se puede opinar razonablemente sobre todo ello?

1. A propósito de estas dos resurrecciones, el mismo evangelista Juan, en su libro llamado Apocalipsis, habló en tales términos que algunos de nuestros intérpretes cristianos no han llegado a comprender la primera de ellas; es más, la han deformado convirtiéndola en ridículas fábulas. Éstas son, de hecho, las palabras del apóstol Juan en el citado libro:

Vi entonces un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Agarró al dragón, la serpiente primordial, el diablo o Satanás y lo encadenó para mil años. Lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que estar suelto por un poco de tiempo. Vi también tronos donde se sentaron los encargados de pronunciar sentencia; vi también con vida a los decapitados por dar testimonio de Jesús y proclamar el mensaje de Dios, los que no habían rendido homenaje a la fiera ni a su estatua, y no habían llevado su marca en la frente ni en la mano. Éstos reinaron con Cristo mil años. El resto de los muertos no volvió a la vida hasta pasados los mil años. Ésta es la primera resurrección. Dichoso y santo aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección: sobre ellos la segunda muerte no tiene poder: serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él los mil años31.

Ante estas palabras ha habido quienes han sospechado que la primera resurrección será corporal. Pero, sobre todo, han quedado impresionados por el número de los mil años, como si los santos debieran tener, según eso, una especie de descanso sabático de tamaña duración, o sea, un santo reposo después de trabajar durante seis mil años, desde la creación del hombre, su expulsión de la felicidad del Paraíso y la caída en las calamidades de esta vida mortal en castigo de aquel gran pecado. De suerte que -según aquel pasaje: Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día-32 pasados seis mil años como si fueran seis días, seguirá como día séptimo el sábado, significado en los últimos mil años: y para celebrar, en fin, este sábado resucitarán los santos.

Esta opinión sería de algún modo tolerable si admitiera que los santos durante ese tal sábado disfrutan, por la presencia del Señor, de unas ciertas delicias espirituales. Incluso hubo un tiempo en que nosotros fuimos de la misma opinión. Pero desde el momento en que afirman que los santos resucitados en ese período se entregarán a los más inmoderados festines de la carne, con tal abundancia de manjares y bebidas, que, lejos de toda moderación, sobrepasarán la medida de lo increíble, una tal hipótesis sólo puede ser sostenida por hombres totalmente dominados por los bajos instintos. Sin embargo, hay algunos, guiados por el espíritu, que sostienen esta misma creencia y se les denomina con el término griego ciliasta?, nombre que podríamos traducirlo por «milenaristas». Refutarlos punto por punto sería demasiado largo. Pero creo que debemos ir mostrando el verdadero sentido de este pasaje de la Escritura.

2. Dice el Señor Jesucristo: Nadie puede meterse en casa de alguien fuerte y arramblar con su ajuar si primero no lo ata33. En este «fuerte» quiere aludir al diablo, que fue capaz de tener cautivo al género humano. Por «el ajuar» que se había de llevar entiende los seguidores que le habían de ser fieles, y que él tenía detenidos en toda clase de pecados y de impiedades. Para amarrar a este forzudo vio Juan en su Apocalipsis un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Y agarró -prosigue- al dragón, la serpiente primordial, el diablo o Satanás, y lo encadenó para mil años. Es decir, puso un freno y un impedimento al poder que tenía de seducir y cautivar a los que habían de ser liberados.

Los mil años pueden ser interpretados, según mi modo de ver, de dos maneras: o bien que todo esto está teniendo lugar en los últimos mil años, a saber, en el milenio sexto, como si fuera el día sexto, cuyos últimos períodos están transcurriendo ahora; vendría luego un sábado sin atardecer, el descanso de los santos, que no tendrá fin. Pero su intención al hablar de mil años habría sido la de nuestro modo de hablar cuando designamos el todo por la parte, y este milenio sería como la parte última del día que restaba hasta la terminación del mundo.

La otra modalidad -la más probable- de interpretar los mil años sería el tomar esta cifra por los años totales de este mundo, citando con un número perfecto la plenitud del tiempo. En efecto, el número mil equivale al cubo de diez. Diez por diez dan cien, es una figura cuadrada, pero simplemente plana. Para darle altura y hacerla cúbica, hay que volverlo a multiplicar por diez y resultan los mil. Si hay veces que se utiliza el número cien por la totalidad -por ejemplo, aquel pasaje en que el Señor a quien lo deja todo y le sigue le dice: Recibirá en este mundo el céntuplo34, y que en cierto modo comenta el Apóstol con estas palabras: Como si nada tuvieran, pero dueños de todo35; y que ya anteriormente había sido dicho: Todas las riquezas del mundo pertenecen al hombre fiel, ¿cuánto más el número mil puede significar la totalidad, siendo así que es la tercera dimensión del cuadrado de diez? Nunca se entenderán mejor que en tal sentido las palabras del salmo: Se acuerda de la alianza eternamente, de la palabra dada por mil generaciones36, es decir, por todas.

3. Y lo arrojó al abismo -continúa el Apocalipsis-. Sí, es el diablo a quien arrojó al abismo, dando a entender en este nombre la multitud innumerable de impíos, cuyos corazones son un enorme abismo de maldad contra la Iglesia de Dios. Si se habla de ser arrojado el diablo allá es porque, al ser rechazado por los creyentes, comenzó con mayor saña a adueñarse de los impíos. Efectivamente, uno se convertirá más y más en posesión del diablo cuando no solamente se encuentra alejado de Dios, sino que, además, tiene odio espontáneo a los servidores de Dios.

Y prosigue: Y echó la llave y puso un sello encima para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años. Las palabras echó la llave y encima significan «le prohibió salir», es decir, «prohibido el paso». El inciso siguiente puso un sello significa, a mi entender, que Dios ha querido queden ocultos quiénes pertenecen al diablo y quiénes no le pertenecen. De hecho, en este mundo es un absoluto secreto, puesto que no se sabe si el que parece mantenerse firme tal vez caerá, y el que parece caído quizá se levante. Con la cadena y el cerrojo de esta prohibición queda el diablo obstaculizado e impedido para continuar seduciendo o apresando como antaño a las naciones que pertenecen a Cristo. Ya Dios había determinado antes de la creación del mundo sacarlas del dominio de las tinieblas37 y trasladarlas al reino de su Hijo querido38, como dice el Apóstol. Efectivamente, ¿a qué fiel se le oculta que el diablo seduce, incluso hoy, a las naciones y las arrastra consigo al castigo eterno, tratándose de las no predestinadas a la vida eterna? Y en cuanto a los ya regenerados en Cristo, que caminan por las sendas de Dios, no nos debe extrañar que seduzca a veces también a éstos: Sabe el Señor quiénes son los suyos39. De éstos suyos el diablo no se lleva a nadie a la eterna condenación. El Señor los conoce como Dios que es, a quien nada se le oculta, incluso del futuro; no como el hombre, que conoce al hombre sólo en el pre­sente (si es que lo conoce, puesto que no ve su corazón), pero de su conducta futura ni la suya propia conoce.

Es precisamente para esto para lo que el diablo ha sido amarrado y encerrado en el abismo: para que no pueda extraviar a los pueblos que constituyen la Iglesia. Antes, cuando todavía no existía la Iglesia, él los engañaba y los capturaba. No se dijo «para que no extravíe a alguien», sino para que no pueda extraviar a las naciones -y en ellas, sin duda alguna, quiso significar la Iglesia- antes de que se cumplan los mil años, es decir, o bien lo que queda del sexto día, que consta de mil años, o bien la totalidad de los años que desde ahora debe cumplir este mundo.

4. Las palabras para que no pueda extraviar a las naciones antes de que se cumplan los mil años no debemos entenderlas como si después haya de ponerse a extraviar únicamente a las naciones de que consta la Iglesia, y que tiene prohibición de hacerlo, atado como está y encerrado. Se trata de una manera de hablar algunas veces la Escritura, como, por ejemplo, el salmo: Así están nuestros ojos fijos en el Señor Dios nuestro hasta que tenga misericordia40. Y no van a estar los ojos de sus siervos fijos en el Señor una vez que haya tenido misericordia. Podríamos también entender las palabras en este orden: Y cerró con llave y puso un sello encima, hasta que se cumplan los mil años. El inciso para que no pueda extraviar ya a las naciones es de tal naturaleza que puede separarse del contexto y entenderse aparte, como añadido después. Así sería todo el párrafo: Y cerró con llave, y puso un sello encima hasta que se cumplan los mil años para que no pueda extraviar ya a las naciones. Es decir, la razón de cerrar hasta que se cumplan los mil años es para impedirle extraviar a las naciones.

CAPÍTULO VIII

Atar al diablo y soltar al diablo

1. Después -prosigue el Apocalipsis- tiene que estar suelto por un poco de tiempo41. Si el estar encadenado y encerrado el diablo equivale a que no puede extraviar a la Iglesia, el soltarlo ¿equivaldrá a que ya puede? De ninguna manera. Jamás será por él seducida la Iglesia predestinada y elegida antes de la creación del mundo. De ella se dijo: Sabe el Señor quiénes son los suyos42. Y, sin embargo, cuando el diablo sea soltado, habrá en la tierra una Iglesia, como la hubo desde que fue fundada, y la habrá siempre, indefectiblemente, en los miembros que, por la muerte, unos son sucedidos por otros. Poco después dice el texto sagrado que el diablo, cuando esté suelto, azuzará a todos los pueblos que haya logrado extraviar en una guerra contra la Iglesia, cuyos enemigos abundarán como las arenas del mar. Se expresa así: Subieron a la llanura y cercaron el campamento de los consagrados y la ciudad predilecta, pero bajó fuego del cielo y los devoró. Al diablo que los había engañado lo arrojaron al lago de fuego y azufre, con la fiera y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos43.

Pero este pasaje ya pertenece al juicio final. He creído oportuno citarlo ahora, no sea que alguien vaya a pensar que en ese breve lapso de tiempo en que estará suelto el diablo no habrá Iglesia en esta tierra, sea porque no la va a encontrar, sea porque la va a aniquilar con toda clase de persecuciones. Así que durante todo el tiempo que abarca este libro del Apocalipsis, a saber, desde la primera venida de Cristo hasta el fin del mundo, que es su segunda venida, no está el diablo atado con una tal atadura -me refiero a este intervalo de tiempo que lo designa con la cifra de mil años- que no puede extraviar a la Iglesia, puesto que ni cuando quede suelto la logrará extraviar. Porque, efectivamente, si el estar encadenado equivale a no poder o no permitírsele extraviarla, ¿qué será andar suelto sino poder o permitírsele extraviarla? Y esto ni pensar siquiera que suceda. No; el encadenamiento del diablo equivale a no permitirle desarrollar todas las capacidades tentadoras que tiene a su alcance, como son la violencia y el dolo con vistas a seducir a los humanos hacia su partido, violentándolos o engañándolos astutamente. Si esto le estuviera permitido durante todo ese tiempo, y teniendo en cuenta la profunda debilidad de muchos, haría sucumbir a los ya creyentes, o impediría que otros llegasen a la fe en número tal que Dios no está dispuesto a tolerar. Para que esto no le sea posible está atado el diablo.

2. Pero será soltado cuando llegue aquel breve plazo: durante tres años y seis meses, leemos, se ensañará con todas sus fuerzas y las de sus secuaces. Más aquellos con quienes él deberá batallar serán de una valentía tal que no le será posible vencerlos ni con sus ataques ni con sus arterías. Si no anduviese nunca suelto, apenas conoceríamos su maléfico poder; no se pondría a prueba la firme paciencia de la ciudad santa; no llegaríamos, en fin, a conocer lo bien que se ha servido el Omnipotente de un mal tan grave, no retirándolo totalmente de la tentación de los santos. Cierto que lo mantuvo fuera de lo íntimo del hombre, allí donde se cree en Dios; y lo hizo a fin de que sus ataques desde fuera les sirviesen de progreso. Por otra parte, lo encadenó en el interior de aquellos que son de su partido para que no le fuera posible difundir ni desarrollar toda la malicia de que es capaz sobre las personas débiles que deben engrosar las filas de la Iglesia y llevarla a su plenitud, impidiéndole que a unos, los que habían de creer, los apartase de la fe religiosa, y a los otros, los ya creyentes, los hiciera rendirse. Además, soltará al diablo al final: verá así la ciudad de Dios qué poderoso adversario ha sido capaz de vencer, y todo redundará en una inmensa gloria de su redentor, de su defensor, de su liberador. ¿Qué somos nosotros, realmente, en comparación de los santos y seguidores leales que habrá en esa época entonces, puesto que para ponerlos a prueba se dejará en libertad a un tan poderoso enemigo, siendo así que nosotros nos debatimos en medio de tan graves peligros permaneciendo él atado? De todos modos, también en este período actual ha habido algunos soldados de Cristo tan vigilantes, tan aguerridos, e incluso -lo podemos afirmar sin dudarlo- existen de hecho, que aunque viviesen en esta vida mortal durante el período de la libertad diabólica, todas sus asechanzas sabrían esquivarlas con suma sagacidad y a todos sus ataques hacerles frente con paciencia ejemplar.

3. El encadenamiento del diablo de que venimos hablando no ha tenido lugar únicamente en aquel período inicial en que comenzó la Iglesia a difundirse más y más fuera de Judea entre unos y otros países; tiene lugar ahora y lo tendrá hasta la consumación del mundo, período en el que deberá ser soltado; porque también ahora los hombres se convierten a la fe de la incredulidad en que los retenía él mismo, y seguirán convirtiéndose, no hay duda, hasta ese período final. En realidad está atado para cada uno este forzudo cuando es arrancado de sus garras como si fuera su ajuar. El abismo donde ha sido encerrado no termina con la muerte de quienes vivían en el momento de su encierro. Han ido naciendo otros que les han sucedido y les siguen sucediendo, hasta el fin del mundo, llenos de odio a los cristianos. A diario es encerrado, como en un abismo, en lo profundo de sus ciegos corazones.

Pero incluso en aquellos tres últimos años y seis meses, cuando, suelto, emplee toda su saña violenta, ¿abrazará alguien la fe que no había profesado antes? He aquí una delicada cuestión. ¿Cómo se justificarían aquellas palabras?: ¿podrá uno meterse en casa de un forzudo y arramblar con su ajuar si primero no lo ata44, puesto que aun suelto se lo puede arramblar? Según esto, la presente cita nos obliga a admitir que en aquel período -por más corto que él sea- nadie se alistará en las filas del cristianismo; más bien la lucha diabólica se dirigirá contra aquellos que ya estén reconocidos como cristianos. Puede ocurrir que algunos se rindan y se pasen a las filas del diablo. En este caso se trata de individuos no predestinados a formar parte del número de los hijos de Dios. No en vano el mismo apóstol Juan, autor del Apocalipsis, dice de algunos individuos en su carta: Han salido de nuestro grupo, pero no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros45.

¿Y qué ocurrirá con los niños recién nacidos? Es demasiado improbable que aquel período no sorprenda a ningún niño, nacido de padres cristianos, pero todavía no bautizado; o que en aquellos días precisos no nazcan niños; y si los ha de haber, que sus padres no los lleven, sea como sea, al baño de la regeneración. En tal caso, ¿cómo será posible arrancarle al diablo, suelto ya, estas piezas de su ajuar, si previamente no lo ata? Es más, lo más probable será que en aquella época se den casos de apostasía de la Iglesia y casos de conversión para formar parte de ella. Y, por supuesto, habrá una valentía tan grande en los padres para hacer bautizar a sus hijos, y en aquellos que abracen la fe por primera vez, que serán capaces de vencer a ese forzudo incluso sin ataduras. En otras palabras, que aunque emplee contra ellos, como jamás lo había hecho, todas sus astutas artimañas y toda la fuerza de sus ataques, ellos sabrán combatirlo con una inteligente vigilancia y una entereza a toda prueba. De esta forma, por más suelto que esté, saldrán de sus garras.

Y no por esto va a ser falsa la afirmación evangélica: ¿Quién podrá entrar en casa de un forzudo, para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata? De hecho, he aquí el orden seguido en esta frase, según la verdad de su contenido: primeramente había que sujetar al fuerte; luego robarle sus cosas; después empezaría a multiplicarse la Iglesia por todas partes, entre todas las naciones, con elementos fuertes y débiles de tal manera que la misma fe, robustecida fuertemente en virtud de los hechos pronosticados y cumplidos, sería capaz de arramblar con su ajuar incluso suelto el demonio. Cierto, hemos de reconocer que la caridad de un gran número se enfría cuando abunda la iniquidad46, y que, dado lo inaudito e implacable de las persecuciones y astucias diabólicas, cuando ya ande suelto, muchos de los no inscritos en el libro de la vida se rendirán. Así también es preciso reconocer que tanto los fieles intachables que haya en aquel entonces, como aun algunos de los que estén fuera de la fe, apoyados en el auxilio de Dios, a través de las Escrituras, portadoras de la predicción de muchos acontecimientos y, en concreto, del fin del mundo, el cual verán venirse encima, se sentirán más firmes para creer lo que antes no creían y con más arrojo para vencer al diablo aun sin encontrarse atado.

Si esto ha de ser así, hay que decir que primero se le encadenó para que, tanto encadenado como suelto, pudiera ser despojado. Ésta es la razón de haber dicho: ¿Quién podrá entrar en casa de un forzudo y arramblar con su ajuar si primero no lo ata?

CAPÍTULO IX

Diferencias entre el reinado de los santos con Cristo 
durante mil años y el reinado eterno

1. Durante todo este período de mil años en que el diablo está encadenado, los santos están reinando con Cristo esos mil años, exactamente los mismos, y entendidos en los mismos términos, es decir, este período que comprende la primera venida de Cristo. Dejemos a un lado aquel reinado del que se dirá al final: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros47; pues bien, si los santos, a quienes se dijo: Mirad, yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo48, no reinasen con Cristo ya ahora -de una manera bien distinta y en un grado muy inferior, por cierto-, nunca se llamaría, por supuesto, a la Iglesia ya ahora su reino o el «reino de los cielos». Es precisamente en este tiempo cuando se va instruyendo en el reino de los cielos el letrado aquel que de su arcón saca cosas nuevas y antiguas49, del que ya hemos hablado más arriba. Y también entonces los segadores aquellos arrancarán de la Iglesia la cizaña, que el Señor permitió crecer junto con el trigo hasta la cosecha. Así lo explica Él: La cosecha es el fin del mundo: los segadores, los ángeles. Lo mismo que la cizaña se entresaca y se quema, sucederá al fin del mundo: El Hijo del hombre enviará a sus ángeles y escardarán de su reino a todos los corruptores50. ¿De qué reino?, ¿de aquel donde no habrá un solo corruptor? No, será de este su reino, el de aquí, la Iglesia, de donde los eliminará.

Dice, además: El que pase por alto uno solo de estos preceptos mínimos y lo enseñe así a la gente será declarado el último en el reino de los cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe a cumplirlos será declarado grande en el reino de los cielos51. A ambos los sitúa en el reino de los cielos: tanto al que no pone en práctica los mandamientos que enseña (esto es realmente lo que significa pasar por alto: no guardar, no cumplir) como al que los cumple y así lo enseña. Aunque a uno se le llama el último y al otro grande. Y añade a renglón seguido: Porque os digo que si vuestra fidelidad no sobrepasa la de los letrados y fariseos, es decir, la de aquellos que pasan por alto lo que enseñan -porque de los letrados y fariseos dice otro pasaje: Porque dicen y no cumplen-52 si, pues, vuestra fidelidad a los preceptos no sobrepasa la de éstos, no entraréis -continúa Jesús- en el reino de los cielos. En otras palabras, que vosotros no los paséis por alto, sino que más bien cumpláis lo que enseñáis. Es preciso, por ello, comprender el reino de los cielos de dos modos distintos: el primero donde se encuentran estas dos clases de personas, el que no cumple lo que enseña y el que lo pone en práctica, siendo uno el menor y el otro grande; y el segundo lo llamamos a aquel donde no entra más que el que cumple los preceptos.

Según esto, allí donde existen las dos clases de personas es la Iglesia en la actualidad. En cambio, la otra modalidad, en la que sólo existe una clase de personas, es la Iglesia tal cual será cuando ya en ella no haya nadie malo. Por consiguiente, la Iglesia, ya desde ahora, es reino de Cristo y reino de los cielos. Y los santos reinan con él incluso ahora, claro que de otra manera a como reinarán entonces. Sin embargo, la cizaña no reina con él por más que crezca juntamente con el trigo en la Iglesia. Con él reinan quienes ponen en práctica lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, gustad lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra53. De esta clase de hombres dice también que todo su vivir está en el cielo54. Finalmente, reinan con él quienes de tal manera viven en su reino, que ellos mismos constituyen su reino. Ahora bien, ¿cómo son reino de Cristo quienes, aunque se encuentren en él hasta que sean escardados todos los corruptores de su reino al final del mundo, con todo -por no decir otras cosas- buscan su propio interés y no el de Jesucristo?55

2. De este reino en estado de guerra, en el cual hay todavía que enfrentarse con el enemigo, y a veces oponer resistencia a los vicios que atacan -otras se les domina cuando se rinden-, hasta llegar a aquel reino donde todo es paz, donde uno podrá reinar sin enemigos...; de él, digo, y de esta primera resurrección, la que tiene lugar ahora ya, habla de esta manera el libro del Apocalipsis. Una vez que ha expuesto cómo el diablo estará encadenado durante mil años, y luego, durante un corto espacio de tiempo, andará suelto, resume entonces la actividad de la Iglesia durante estos mil años, o lo que va a ocurrir en ella. Y dice: Vi también tronos, donde se sentaron los encargados de dar sentencia. Nose trata aquí de la sentencia del último juicio, sino más bien de asientos de las autoridades: hemos de entender aquí las autoridades mismas por las que ahora se gobierna la Iglesia. Y en cuanto a la sentencia que se les encomienda, nada mejor podemos entender que aquello que se dijo: Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo56. De ahí que afirme el Apóstol: ¿Es asunto mío juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes juzgáis vosotros?57 Y prosigue Juan: Y las almas de los decapitados por dar testimonio de Jesús y proclamar el mensaje de Dios..., se sobreentiende lo que poco más abajo dirá: Reinaron en compañía de Jesús durante mil años58. Por supuesto, las almas de los mártires, no devueltas todavía a sus cuerpos. Porque las almas de los justos difuntos no quedan separadas de la Iglesia, que incluso ahora es ya el reino de Cristo. De otro modo no se les recordaría ante el altar del Señor a la hora de comulgar el cuerpo de Cristo; y de nada les serviría en el peligro correr en busca de su bautismo, no sea que la vida les sea truncada antes de recibirlo; ni a la reconciliación, si tal vez por una penitencia impuesta, o por mala conciencia, puede uno encontrarse separado de su cuerpo. ¿Qué razón de ser tienen todas estas cosas si no fuera que los fieles, incluso los difuntos, son miembros de la Iglesia? Por eso, aunque no sea con sus propios cuerpos, reinan ya con Cristo sus almas mientras van transcurriendo estos mil años.

Se lee, de hecho, en este mismo libro: Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Cierto, dice el Espíritu, desde ahora pueden descansar de sus trabajos, porque sus obras los acompañan59. Efectivamente, la Iglesia reina en compañía de Cristo ahora, en primer lugar, en las personas de los vivos y los muertos. Por eso murió Cristo -nos dice, en efecto, el Apóstol- para tener señorío sobre vivos y muertos60. Pero él sólo hizo mención de las almas de los mártires, porque quienes principalmente reinan son los muertos que han luchado hasta perder la vida por defender la verdad. No obstante, si sabemos ir de la parte al todo, podemos entender por muertos al resto de los que pertenecen a la Iglesia, que es el reino de Cristo.

3. La frase que sigue: Y los que no habían rendido homenaje a la fiera ni a su imagen, y no habían llevado su marca en la frente ni en la mano, la debemos tomar como dicha de los vivos y muertos juntamente. ¿Cuál puede ser esta «fiera»? Por más que se deba reflexionar atentamente no se contradice con la recta fe el ver en ella la ciudad impía y el pueblo de los descreídos, contrario al pueblo fiel y a la ciudad de Dios. Su imagen me parece ser un disfraz, es decir, el que hay en esos hombres que parecen profesar la fe y viven como infieles. Fingen ser lo que no son; se llaman cristianos, pero no por su parecido auténtico, sino por una fingida imagen. Pertenecen a esta misma bestia no sólo los declarados enemigos del nombre de Cristo y de su gloriosísima ciudad, sino también la cizaña, que al final del mundo ha de ser arrancada de su reino, la Iglesia.

Y ¿quiénes son los que no rinden homenaje a la fiera ni a su imagen, sino aquellos que ponen en práctica lo que dice el Apóstol: No os unzáis al mismo yugo con los infieles?61 «No le rinden homenaje» equivale a no prestarle su consentimiento, no someterse a ella. «No llevan su marca», o sea, la señal del crimen: ni en la frente, a causa de su profesión de fe, ni en la mano, por sus obras. Ajenos, en efecto, a todos estos males, viviendo en esta carne mortal, o ya difuntos, están reinando con Cristo ya ahora, de una manera adecuada al tiempo actual, durante todo el período indicado en la cifra de mil años.

4. El resto de los muertos -prosigue diciendo- no volvió a la vida. Efectivamente, ha llegado ya la hora en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y al escucharla, tendrán vida62: no los restantes, por lo tanto. Luego añade: Hasta pasados los mil años. Hemos de entenderlo así: durante ese período no vivieron la vida que debían haber vivido, es decir, pasando de la muerte a la vida. En consecuencia, cuando llegue el día en que tenga lugar la resurrección de los cuerpos, no se levantarán de sus sepulcros a la vida, sino al juicio; en otras palabras, a la condenación, llamada también la segunda muerte. Todo aquel, pues, que no tenga vida antes de terminar los mil años, o sea, el que durante todo este período en que tiene lugar la primera resurrección no haya escuchado la voz del Hijo de Dios y pasado de la muerte a la vida, en la segunda resurrección pasará indudablemente con su misma carne a la muerte segunda.

Sigue diciendo Juan: Ésta es la primera resurrección. Dichoso y santo aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección63, es decir, el que participa de ella. Y ¿quién participa de ella? No solamente quien se levante de la muerte que constituye el pecado, sino el que persevera en su estado de resurrección. Sobre ellos -dice- la segunda muerte no tiene poder. Luego lo tiene en los demás, de quienes dice más arriba: El resto de los muertos no volvió a la vida hasta pasados los mil años. Porque durante todo este lapso de tiempo, al que designa como mil años, por más que hayan vivido corporalmente en él, no se han levantado de la muerte en la que los tenía presos la impiedad. Habrían vuelto a la vida haciéndose partícipes de la primera resurrección, y de esta forma no tendría poder sobre ellos la segunda muerte.

CAPÍTULO X

Respuesta a quienes opinan que la resurrección es cosa únicamente del cuerpo 
y no también del alma

Hay quienes piensan que no es posible hablar de resurrección más que de los cuerpos. De ahí pretenden que esta primera resurrección sería también corporal. Efectivamente -dicen-, levantarse (resurgere) es exclusivo de lo que ha caído. Es así que son los cuerpos los que al morir han caído: de hecho, «cadáver» se deriva de cadere (caer); luego levantarse o resucitar es cosa de los cuerpos, no de las almas. Pero ¿qué respuesta darán al Apóstol, que habla de la otra resurrección? Porque habían resucitado en el hombre interior, no en el exterior, aquellos a quienes él se dirige: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba64. Este mismo sentido lo expresa en otro pasaje y con otras palabras: Para que así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros empezáramos una vida nueva65. Y también esta otra frase: Despierta tú que duermes, levántate de la muerte y te iluminará Cristo66.

Los que afirman que sólo pueden levantarse los caídos y, por lo tanto, piensan que la resurrección es propia de los cuerpos, no de las almas, ya que sólo los cuerpos caen, ¿por qué no prestan atención a aquellas palabras: No os apartéis de Él, no sea que vayáis a caer67; y aquellas otras: Que siga en pie o se caiga es cosa de su Señor68; y también: El que se cree seguro tenga cuidado, no sea que caiga?69 Creo que estas caídas se trata de evitarlas en el alma, no en el cuerpo. Luego si puede levantarse quien cae, y también las almas pueden caer, hemos de confesar que inevitablemente las almas también resucitan.

Después de haber dicho: Sobre ellos la segunda muerte no tiene poder, añade lo siguiente: Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él los mil años. Esto último no se refiere únicamente a los obispos y presbíteros, que son los propiamente llamados sacerdotes en la Iglesia, sino que de igual modo que llamamos cristianos a todos los ungidos por el místico crisma, así a todos podemos llamar sacerdotes por ser miembros del único sacerdote. De ellos dice el apóstol Pedro: Linaje elegido, sacerdocio real70. El Apocalipsis, aunque brevemente, y como de paso, insinúa que Cristo es Dios en el inciso Sacerdotes de Dios y de Cristo, es decir, del Padre y del Hijo. No obstante su apariencia de esclavo, como un hombre más, Cristo ha sido constituido sacerdote según el rito de Melquisedec71. De ello ya hemos hablado más de una vez a través de la presente obra.

CAPÍTULO XI

Gog y Magog. El diablo, suelto ya al final del mundo, 
los incitará en persecución contra la Iglesia

Pasados los mil años -prosigue Juan en el Apocalipsis- soltarán a Satanás de la prisión. Saldrá él para engañar a las naciones de los cuatro lados de la Tierra, a Gog y Magog, y reclutarlos para las guerras, incontables como las arenas del mar. Ésta sería la finalidad de su engaño: reclutarlos para esta guerra. De hecho, ya antes los engañaba con todos los ardides a su alcance, incitándolos a los más múltiples y variados males. Se dice él saldrá de los escondrijos del odio y se lanzará en descarada persecución. Ésta será la última persecución, a las puertas del juicio definitivo, que la santa Iglesia tendrá que soportar en toda la redondez de la Tierra: la ciudad entera de Cristo, perseguida por la entera ciudad del diablo, sin que haya un rincón de paz en ambas sobre toda su extensión.

Estas naciones, aquí designadas por Gog y Magog, no deben interpretarse como unos pueblos bárbaros determinados, establecidos en alguna parte de la geografía, ni aplicarse, como algunos han sospechado, a los Getas y Masagetas, guiados por la letra inicial de su nombre, ni siquiera a unos extranjeros cualesquiera, independientes de la jurisdicción de Roma. Está todo el orbe de la Tierra significado en estas palabras: Las naciones de los cuatro ángulos de la Tierra, que identifica con Gog y Magog. La interpretación que hemos averiguado de estos dos nombres es ésta: Gog significa «techo» y Magog «del techo», algo así como «casa» y «el que sale de casa». Se trataría, pues, de pueblos en los que el diablo, como más arriba lo hemos apuntado, estaba encarcelado en una especie de precipicio, y que luego surgiría de él y se marcharía. Ellas serían el techo, y el diablo el que sale de debajo del techo. Pero si en lugar de referir estos dos nombres, uno al diablo y otro a las naciones, los referimos ambos a estas últimas, ellas serían «el techo», puesto que en ellas se encierra ahora y de algún modo se esconde el antiguo enemigo; y ellas serían también «del techo» cuando desde lo escondido emerjan en un odio no disimulado.

Prosigue el texto sagrado: Subieron a la llanura y cercaron el campamento de los consagrados y la ciudad predilecta72. No se ha querido decir aquí que se hubieran concentrado en un lugar o que habrán de concentrarse, como si el campamento de los consagrados y la ciudad predilecta hubieran de estar localizadas en algún punto; en realidad no se refiere sino a la Iglesia de Cristo, difundida por toda la redondez de la Tierra. Por eso estará entonces por todas partes, es decir, en todos los pueblos, significados por las palabras «extensión de la tierra». Allí estará el campamento de los santos; allí, preferida por Dios, estará su ciudad; allí, con la ferocidad de aquella persecución, será cercada por todos sus enemigos, ya que con ella cohabitarán en todas las naciones: será cercada, será oprimida, será atenazada por la angustia de la tribulación. Pero no abandonará el campo de batalla, ella que había recibido el nombre de «fortaleza».

CAPÍTULO XII

¿Forma parte del último suplicio de los impíos 
la mención de descender fuego del cielo y devorarlos?

En relación con las palabras: Pero descendió fuego del cielo y los devoró73, no hay por qué pensar que se trata del último suplicio, el que se abatirá sobre ellos cuando se les diga: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno74. Entonces sí serán arrojados al fuego, pero no vendrá fuego sobre ellos. Bien puede aquí entenderse por fuego del cielo la firmeza misma de los santos, que les hará posible no ceder ante quienes se ensañen contra ellos, intentando someterlos a su voluntad. El firmamento es el cielo, y su firmeza les hará sentirse devorados por una ardiente rabia al sentirse incapaces de atraer el partido del Anticristo a los consagrados de Cristo. Y ése será el fuego que los rodeará, y procederá de Dios, pues que por don de Dios los santos se hacen invencibles. De aquí el sentirse recomidos por dentro sus enemigos. Lo mismo que para bien se ha dicho: El celo de tu casa me devora75, de igual modo se ha dicho en sentido negativo: Los celos se han apoderado de un populacho ignorante, y ahora como fuego devorará a los enemigos76. Dice y ahora para descartar, claro está, el fuego de aquel último juicio. En último término, si a la plaga que debe asolar a los perseguidores de la Iglesia que Cristo, a su llegada, encuentre vivos sobre la tierra, cuando dé muerte al Anticristo con el aliento de su boca77, si a esta plaga la llama fuego bajado del cielo que los devora, tampoco éste ha de ser el suplicio definitivo de los impíos. Consistirá en el que deben sufrir después de la resurrección de los cuerpos.

CAPÍTULO XIII

¿Está incluido en los mil años el tiempo de la persecución del Anticristo?

Esta última persecución, originada por el Anticristo (de la que ya hemos dicho se encuentra más arriba en el citado libro del Apocalipsis78 y en el profeta Daniel)79, tendrá una duración de tres años y seis meses. Este tiempo, aunque exiguo, ¿pertenece a los mil años en los que el diablo está atado y los santos reinan con Cristo, o hay que sobreañadirlo y dejarlo como fuera de ellos? Existen razones para ambas hipótesis. Porque si afirmamos que está incluido en los mil años, resulta que el tiempo del reinado de los santos en compañía de Cristo es más prolongado que el del encarcelamiento del diablo. Es indudable, efectivamente, que los santos continuarán reinando principalmente durante la persecución misma, triunfando de tamaños males, cuando ya el diablo ande suelto para que pueda perseguirlos con todos sus recursos. ¿Cómo es que la Escritura asigna en este pasaje la misma cifra de mil años a los dos, es decir, a la prisión del diablo y al reinado de los santos, siendo así que tres años y medio antes de que concluya el rei­nado de los santos durante los mil años, cesará la detención del diablo?

Supongamos, por otra parte, que el reducido espacio de la persecución no ha de ser comprendido en los mil años, y que hay que añadirlo, más bien, como un apéndice, de forma que pueda entenderse con propiedad este pasaje: Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él los mil años, junto con lo que añade: Pasados los mil años, soltarán a Satanás de la prisión. En este caso, tanto el reinado de los santos como las cadenas del diablo cesarían simultáneamente. El tiempo de la persecución subsiguiente no pertenecería ni al reinado de los santos ni a la cárcel de Satanás. Ambos son exclusivos de los mil años. Este último sería sobreañadido y habría que contarlo aparte. Pues bien, en esta segunda hipótesis nos vemos obligados a reconocer que los santos no estarían reinando con Cristo durante la célebre persecución. Pero ¿quién tendrá la osadía de excluir del reinado de Cristo a sus miembros, cuando le estarán más estrecha y fuertemente adheridos, en ese tiempo precisamente en que, cuanto más encarnizados sean los ataques, tanto mayor será la gloria de resistir y más florida la corona del martirio? ¿Diremos que no han de reinar debido a las tribulaciones que pasarán? En ese caso deberemos afirmar igualmente que todos aquellos santos que eran afligidos por calamidades durante el tiempo de los mil años no estaban reinando con Cristo en los días precisos de su aflicción. Y, por ello, aquellos decapitados por dar testimonio de Jesús y de la palabra de Dios, cuyas almas dice haber visto el autor de este libro, tampoco estarían reinando con Cristo cuando sufrían persecución ni eran ellos mismos el reino de Cristo, posesión preferida suya. Nada más absurdo e insostenible que esto.

Al contrario, las almas victoriosas de los gloriosos mártires, una vez superados y llegados al término de sus dolores y calamidades, tras haber depuesto sus miembros mortales, reinaron, ciertamente, y reinan con Cristo hasta que se cumplan los mil años. Después reinarán igualmente, una vez recuperados sus cuerpos en estado de inmortalidad. Así, pues, durante los tres años y medio las almas de los que murieron como mártires, las que habían salido ya antes de sus cuerpos y las que habrán de salir en esta persecución última, reinarán con Cristo hasta la consumación del mundo, cuando pasen a aquel reino donde no existe la muerte. Consiguientemente, la duración del reinado de los santos con Cristo será mayor que la de las cadenas y la cárcel del diablo. Aquéllos, en efecto, continuarán reinando con el Hijo de Dios incluso los tres años y medio que el diablo estará suelto.

En definitiva, cuando oímos: Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él los mil años; y pasados los mil años soltarán a Satanás de la prisión, podemos entender que no son los mil años del reinado de los santos los que se terminan, sino los de las cadenas y la cárcel del diablo. En este caso, los mil años, es decir, la totalidad de los años, cada parte los debe terminar con una flexibilidad propia: más prolongados para el reinado de los santos, y algo más breve para la prisión del diablo. También podríamos entender en estas palabras que, dado el corto espacio que suponen los tres años y seis meses, no intentó determinarlo, sea porque la prisión del diablo parece algo más breve, sea porque el reino de los santos parece más prolongado, algo así como ya expuse en el libro XVI de esta misma obra al hablar de los cuatrocientos años80. De hecho eran algo más, y con todo se les designó por cuatrocientos años. En las sagradas letras un atento observador se encuentra frecuentemente con casos análogos.

CAPÍTULO XIV

Condenación del diablo y sus seguidores y, a modo de recapitulación, 
la resurrección corporal de todos los muertos y la sanción del juicio final

Después de la mención de la última persecución, resume el Apocalipsis brevemente todo lo que el diablo y la ciudad enemiga con su caudillo ha de padecer cuando llegue el último juicio. Dice así: Al diablo, que los había engañado, lo arrojaron al lago de fuego y azufre, con la fiera y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos81. Ya hemos dejado en claro más arriba que la fiera puede muy bien interpretarse como la misma ciudad impía. El falso profeta es o bien el Anticristo o bien la imagen aquélla, es decir, las apariencias de que hablábamos en el mismo pasaje. Después de esto, volviendo sobre el último juicio, que tendrá lugar en la segunda resurrección de los muertos, la de los cuerpos, nos cuenta cómo le fue revelado, y dice: Vi un trono magnífico y brillante, y al que estaba sentado en él; huyeron de su presencia la tierra y el cielo y desaparecieron definitivamente82. No dice: «Vi un trono magnífico y brillante y al que estaba sentado en él, y a su presencia huyeron el cielo y la tierra», puesto que el hecho no sucedió entonces, es decir, antes de haber juzgado a vivos y muertos. Dice haber visto al que estaba sentado en el trono, y que de su presencia el cielo y la tierra huyeron, pero después. Concluido el juicio, tendrá lugar la desaparición de este cielo y de esta tierra; será entonces cuando comenzarán a existir un cielo nuevo y una tierra nueva. Este cambio del mundo tendrá lugar por transformación de los seres, no por su total y absoluta aniquilación. De ahí que diga el Apóstol: Puesto que la apariencia de este mundo pasa, yo os quisiera libres de preocupaciones83. Pasa, pues, la apariencia, no la naturaleza.

Después de decir Juan que vio al que se sentaba en el trono, de cuya presencia -lo que sucedió después- huyeron el cielo y la tierra, añade: Vi también a los muertos, grandes y pequeños, y se abrieron unos libros; luego abrieron un libro aparte, que es el de la vida de cada uno. Juzgaron a los muertos por sus obras, según lo escrito en los libros84. Habla de unos libros abiertos y de otro libro. Qué clase de libro sea éste no lo omitió: El cual es -dice- el de la vida de cada uno. Por lo tanto, los libros citados en primer lugar hemos de entender que son los libros santos, tanto los viejos como los nuevos. En ellos se ha pretendido mostrar los mandamientos que Dios había ordenado poner en práctica. En el otro, en cambio, que es el de la vida de cada uno, aparecerá qué ha cumplido o qué no ha cumplido cada cual. Si este libro lo miramos con ojos carnales, ¿quién será capaz de calcular su volumen o su tamaño? ¿O cuánto tiempo será preciso para leer un libro en el que está descrita íntegra la vida de cada uno? ¿Asistirán quizá tantos ángeles como hombres haya, y escuchará cada uno su vida recitada por boca de un ángel a él asignado? Porque no va a haber un solo libro para todos, sino uno para cada hombre. Este pasaje, no obstante, quiere dar a entender que se trata de un solo libro: Luego -dice- abrieron un libro aparte. Hay que suponer necesariamente una fuerza divina que haga recordar a cada uno todas sus obras buenas y malas y con una sola mirada del espíritu se perciban instantáneamente. Así serán juzgados cada uno y todos a la vez. Es, evidentemente, este evocador poder divino el que ha recibido el nombre de libro. En él, de algún modo, es donde se lee lo que por su acción viene a la memoria.

Para mostrar qué muertos, pequeños y grandes, deben ser juzgados, como si volviera de nuevo al tema, omitido anteriormente, o quizá diferido, dice: El mar entregó sus muertos, la muerte y el abismo entregaron sus muertos85. Esto, por supuesto, tuvo lugar antes de ser juzgados los muertos; sin embargo, él ha citado primero el juicio. Lo hace así porque, como antes he dicho, recapitula volviendo de nuevo a lo que había dejado pendiente. Pero ahora guarda el orden de los hechos y, para desarrollarlo más ampliamente, vuelve a repetir lo que ya había dicho a propósito del juicio de los muertos. De hecho, después de haber dicho: El mar entregó sus muertos, la muerte y el abismo entregaron sus muertos, añade a continuación lo que poco antes había dicho: Y cada uno de ellos fue juzgado por sus obras. Esto es justamente lo que más arriba había dicho: Juzgaron a los muertos por sus obras.

CAPÍTULO XV

Los muertos presentados a juicio por mar 
y los entregados por la muerte y los infiernos

Y ¿quiénes son esos muertos que desde su seno el mar entregó? No son precisamente los muertos en el mar quienes están fuera del Infierno, o cuyos cuerpos se conserven en el mar, o -más disparatado aún- que el mar guarde a los difuntos buenos y el Infierno a los malos. ¿Quién lo va a creer así? Algunos, con bastante acierto, han entendido aquí el término «mar» por este mundo. El apóstol Pablo llama muertos a los que Cristo, cuando venga a juzgar, encontrará aquí en su condición corporal igualmente que a los que han de resucitar, tanto a los buenos como a los malos. De los buenos dice: Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios86; y de los malos se dice: Deja a los muertos que entierren a sus muertos87. Pueden los muertos recibir este nombre incluso por ser portadores de cuerpos mortales. Lo confirma el Apóstol: Aunque el cuerpo -dice- está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa del indulto88. Quedan ambas cosas probadas en el hombre que está vivo y en estado corporal: que su cuerpo está muerto, y que su espíritu es vida. Y no dijo «un cuerpo mortal», sino muerto, aunque poco después a los mismos los llama también, según la fórmula más usual, cuerpos mortales89.

Son estos muertos los que el mar presentó, es decir, este mundo entregó los hombres que tenía, puesto que todavía no habían muerto. La muerte y el infierno -son sus palabras- entregaron sus muertos. El mar los entregó porque, según fueron sorprendidos, así comparecieron. En cambio, la muerte y el Infierno les devolvieron la vida, de la cual ya habían emigrado. Probablemente no carece de sentido el que no baste decir la muerte o el Infierno, sino que se ha dicho lo uno y lo otro: la muerte por razón de los buenos, que únicamente han podido sufrir la muerte, pero no el Infierno; y éste se ha citado por los malos, que, además, pagan su castigo en los infiernos. Si, pues, no parece absurdo creer que los antiguos santos que mantuvieron la fe en la futura venida de Cristo, aun cuando estaban en lugares ciertamente muy distantes de los tormentos de los impíos, no obstante se encontraban en los infiernos hasta tanto que la sangre de Cristo y su descenso a esos lugares no los sacó de allí, es indudable que a partir de entonces los buenos creyentes, redimidos ya con el precio de aquella sangre, ignoran totalmente los infiernos durante el período transcurrido hasta que, recuperados sus cuerpos, reciban los bienes que se merecen.

Después de la citada frase: Y cada uno de ellos fue juzgado por sus obras, añadió brevemente la manera de ser juzgados: A la muerte y al Infierno los echaron al lago del fuego, designando con todos estos nombres al diablo, autor de la muerte y de las penas infernales, y a toda la caterva junta de los demonios. Esto mismo es lo que, adelantándose un poco más arriba, había dicho ya con más claridad: Al diablo que los había engañado lo arrojaron al lago de fuego y azufre. Allí añadió, dejándolo todavía en la penumbra, lo que sigue: Junto con la fiera y el falso profeta; pero aquí lo aclara: Y a todo el que no estaba escrito en el registro de los vivos lo arrojaron al lago de fuego90. No tiene este libro por misión el despertarle a Dios la memoria, no sea que se equivoque en algo por olvido. Quiere significar la predestinación de aquellos a quienes se les otorgará la vida eterna. No es que Dios desconozca a algunos, y lee en este libro para enterarse. Más bien este libro de la vida es la misma presciencia de Dios sobre los predestinados, que no puede equivocarse. En él están ellos registrados, es decir, conocidos con anterioridad.

CAPÍTULO XVI

El cielo nuevo y la tierra nueva

Una vez terminado el juicio por el que Juan anunció que serían juzgados los malos, le queda todavía tratar de los buenos. Ya ha explicado lo que en breves palabras pronunció el Señor: Irán éstos al suplicio eterno. Continúa ahora explicando lo que también allí sigue: Y los justos a la vida eterna91. Dice así: Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar ya no existía92. Los hechos tendrán lugar en el orden que había dicho antes, a la inversa: que había visto al que estaba sentado sobre un trono, y que el cielo y la tierra huyeron de su presencia. En efecto, juzgados que sean los no registrados en el libro de los vivos, y arrojados al fuego eterno (fuego cuya naturaleza, pienso, ningún hombre conoce ni en qué parte del mundo o de la Creación estará localizado, a no ser quizá que el Espíritu de Dios se lo revele), entonces la apariencia de este mundo pasará, por efecto de una conflagración a escala mundial, como sucedió en el diluvio con aquella inundación mundial de las aguas. En esa conflagración mundial quedarán totalmente aniquiladas por el fuego, como ya he dicho, las cualidades de los elementos corruptibles, propias de nuestros corruptibles cuerpos, mientras que la sustancia misma estará dotada, por maravillosa transformación, de las cualidades propias de cuerpos inmortales. Es decir, el mundo, ya nuevo y más excelente, se acomodará a los hombres, renovados incluso en su carne de una manera más excelente también.

Dice luego: Y el mar ya no existía. No me atrevo a opinar si es que aquel gigantesco incendio secará el mar, o más bien será transformado a un estado más excelente. De un cielo nuevo y una tierra nueva sí leemos que tendrán lugar; en cambio, de un mar nuevo nada recuerdo haber leído en ninguna parte, de no ser la mención que hace este mismo libro: Una especie de mar transparente como el cristal93. Pero en este pasaje no se habla del final del mundo, ni parece citar propiamente el mar, sino una especie de mar. Aquí, no obstante, dado que los oráculos proféticos son tan aficionados a mezclar los términos propios con las locuciones figuradas, dejando así sus expresiones como envueltas en el misterio, bien pudo decir: Y el mar ya no existía, del mismo modo que antes había dicho: Y el mar entregó los muertos que tenía en su seno. A partir de entonces la vida de los mortales no será ya este mundo, agitado y tempestuoso, al que le ha dado en figura el nombre de mar.

CAPÍTULO XVII

La glorificación sin fin de la Iglesia después del fin

Y vi -continúa el texto sagrado- bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: ésta es la morada de Dios con los hombres; Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo; Dios en persona estará con ellos y será su Dios. Él enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor alguno, pues lo anterior ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: Voy a hacer nuevas todas las cosas94. Se habla de bajar del cielo esta ciudad, ya que la gracia, por la que Dios la ha formado, es del cielo. Por eso le dice también por boca de Isaías: Soy yo, el Señor, quien te está formando95. Del cielo, realmente, ha descendido desde el comienzo de su existencia. A partir de entonces, y durante el tiempo de este mundo, sus moradores van creciendo por la gracia de Dios que viene de arriba, a través del baño de la regeneración y con la eficacia del Espíritu Santo enviado de lo alto.

Pero a consecuencia del juicio de Dios, que será el último, y realizado por su Hijo Jesucristo, la claridad de esta ciudad aparecerá tan intensa y tan nueva como donación de Dios, que no quedará rastro de su vejez: hasta los mismos cuerpos verán cambiarse su vieja corrupción y mortalidad por la incorrupción e inmortalidad nuevas. Porque el interpretar este pasaje referido al tiempo en que reinará con su rey los mil años me parece de un atrevimiento incalificable, puesto que declara abiertamente: Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor alguno. ¿Quién será tan incoherente, tan obstinado, tan terco, que tenga la osadía de afirmar que en las calamidades de esta vida mortal pasa sin lágrimas ni dolores, no digo ya el pueblo santo en su conjunto, sino cada uno de los santos individualmente que vive, haya de vivir o vivirá esta vida terrena? ¿No hay que afirmar, más bien, que cuanto es uno más santo, más dominado por la sed de santidad, tanto más abundante es la fuente de sus lágrimas en la oración? ¿Acaso no es ésta la voz de un ciudadano de la celestial Jerusalén: Las lágrimas son mi pan día y noche96, y también: De noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con mis lágrimas97, y esta otra: No se te oculten mis gemidos98, y Mi herida empeoró?99 ¿O no son hijos suyos los que suspiran abrumados, porque no quieren despojarse de lo que llevan puesto, sino ser revestidos por encima, de modo que esta mortalidad quede absorbida por la vida?100 ¿No son ellos precisamente quienes, poseyendo el Espíritu como primicia, gimen en lo íntimo, a la espera de la condición de hijos, del rescate de su ser?101 ¿No era el apóstol Pablo en persona uno de los habitantes de la soberana Jerusalén, incluso no lo era mucho más cuando sentía una profunda tristeza y un dolor incesante en su corazón por sus hermanos según la carne, los israelitas?102 ¿Cuándo estará ausente la muerte de esta ciudad terrena, más que cuando se diga: ¿Dónde está, muerte, tu batalla? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado103. Y todo esto ya no existirá más cuando se diga: ¿Dónde está? Pero en la actualidad no se trata ya del último habitante de aquella ciudad, sino del mismo Juan, que en su carta clama así: Si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y, además, no llevamos dentro la verdad104.

Cierto que en este libro, titulado Apocalipsis, se contienen multitud de cosas oscuras a fin de ejercitar la inteligencia del lector, y también hay algunas en él que dan como la pista para aclarar las restantes, aunque con esfuerzo. Sobre todo porque repite las mismas cosas de tan diversas maneras que parece afirmar cosas distintas, siendo así que uno llega a la conclusión de que son idénticas, expuestas ahora de una forma, ahora de otra. En cambio, en estas palabras que siguen: Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni siquiera dolor alguno, se habla con tal evidencia del siglo futuro, de la inmortalidad y eternidad de los santos (de hecho sólo entonces y sólo allí estarán ausentes tales miserias), que si éstas las tenemos como oscuras, ninguna otra debemos buscar clara en las divinas letras.

CAPÍTULO XVIII

Manifestaciones del apóstol Pedro sobre el juicio final

Veamos ya qué dejó escrito el apóstol Pedro sobre este juicio: En los últimos días -dice- vendrán hombres que se burlarán de todo y que procederán como les dictan sus deseos. Y preguntarán: ¿En qué ha quedado la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo. Éstos pretenden ignorar que originariamente existieron cielo y tierra; la palabra de Dios los sacó del agua y los estableció entre las aguas: por eso el mundo de entonces pereció inundado por el agua. Y la misma palabra tiene reservados para el fuego el cielo y la tierra de ahora, guardándolos para el día del juicio y de la ruina de los impíos. Pero no olvidéis una cosa, queridos amigos: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. No retrasa el Señor lo que prometió, aunque algunos lo estimen retraso; es que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, quiere que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón, y entonces los cielos acabarán con un estampido, los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con sus obras desaparecerá. En vista de esa desintegración universal, ¿qué clase de personas deberéis ser en la conducta santa y en las prácticas de la piedad, mientras aguardáis y apresuráis la llegada del día de Dios? Ese día incendiará los cielos hasta desintegrarlos, abrasará los elementos hasta fundirlos. Ateniéndonos a su promesa, aguardamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia105.

Nada dice aquí Pedro de la resurrección de los muertos, y sí se extiende bastante acerca de la destrucción de este mundo. Al recordarnos el suceso del antiguo diluvio parece querer invitarnos de algún modo a que creamos en la destrucción de este mundo al final de nuestro tiempo. Él dice cómo en aquel tiempo pereció el mundo existente entonces, no solamente el orbe terrestre, sino hasta los cielos, entendiendo por cielos los espacios aéreos sobrepasados por la crecida de las aguas. Así que todo, o casi todo, este aire ventoso (él lo llama cielo, o más bien cielos, pero se refiere a estos cielos más inferiores, no a los más altos, donde tienen su asiento el sol, la luna y los astros) se había transformado en un elemento líquido, pereciendo así junto con la tierra, cuya faz más superficial había sido arrasada ciertamente por el diluvio. Y la misma palabra -dice- tiene reservados para el fuego el cielo y la tierra de ahora, guardándolos para el día del juicio y de la ruina de los impíos. Por lo tanto, estos cielos y esta tierra, o sea, este mundo puesto en lugar de aquel otro, destruido por el diluvio, y hecho resurgir de la misma agua, está reservado para ser presa de aquel fuego novísimo en el día del juicio y de la ruina de los impíos. No duda en utilizar el término ruina futura debido a una profunda transformación del hombre, permaneciendo, no obstante, su naturaleza aun en medio de las penas eternas.

Alguien podría preguntar: «Y si una vez realizado el juicio este mundo se ha de abrasar antes de que en su lugar se haga surgir un cielo nuevo y una tierra nueva, ¿dónde estarán los santos en el momento mismo de la conflagración, puesto que, dotados de cuerpo, han de hallarse en algún lugar corporal?» Podemos responder que se encontrarán en las partes superiores, adonde no podrán llegar las llamas de aquel incendio, como tampoco llegó la inundación del diluvio. Estarán dotados de un cuerpo con tales cualidades que podrán situarse donde deseen. Ni siquiera temerán las llamas de aquella conflagración, convertidos ya en inmortales e incorruptibles; menos aún cuando pudieron permanecer sanos y salvos los cuerpos de los tres jóvenes, mortales y corruptibles como eran, en medio de la ardiente hoguera106.

CAPÍTULO XIX

Testimonio de San Pablo sobre el Anticristo en su carta a los Tesalonicenses. 
Después de este período seguirá el día del Señor

1. Me veo en la necesidad de omitir muchos testimonios del Evangelio y de los escritos apostólicos acerca del último juicio de Dios para no alargar demasiado esta obra. Pero no puedo menos de citar al apóstol Pablo en su carta a los de Tesalónica. Dice así: A propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima. Que nadie en modo alguno os desoriente; primero tiene que venir la apostasía y aparecer la impiedad en persona, el hombre destinado a la ruina, el que se enfrentará y se pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta instalarse en el templo de Dios, proclamándose él mismo Dios. ¿No recordáis que estando aún con vosotros os hablaba de esto? Sabéis lo que ahora lo frena para que su aparición llegue a su debido tiempo. Porque esta impiedad escondida está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena aparecerá el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y aniquilará con el esplendor de su venida. La venida del impío tendrá lugar por obra de Satanás, con ostentación de poder, con portentos y prodigios falsos, y con toda la seducción que la injusticia ejerce sobre los que se pierden, en pago de no haberse abierto al amor de la verdad que los habría salvado. Por eso Dios les manda un extravío que los invita a creer en la mentira; así todos los que no dieron fe a la verdad y aprobaron la injusticia serán llamados a juicio107.

2. No cabe la menor duda de que estas palabras se refieren al Anticristo, y manifiestan que el día del juicio (él lo llama día del Señor) no tendrá lugar más que después de su venida, aludida con el nombre de apostasía, una apostasía, por supuesto, del Señor Dios. Si esto con razón se puede decir de todo impío, ¡cuánto más de éste! No sabe, sin embargo, en qué templo de Dios se va a sentar: si sobre las ruinas del famoso templo que Salomón hizo construir, o quizá sobre la Iglesia. Porque el Apóstol no llamaría templo de Dios al de cualquier ídolo o demonio. Por eso no faltan quienes en este pasaje entienden por Anticristo no solamente a su jefe, sino a todo su cuerpo, como si dijéramos, es decir, a toda la multitud que forma su partido, junto con él mismo. Y al expresarlo en latín, pretenden matizarlo mejor, y, siguiendo al griego, no dicen in templo Dei (se siente en el templo de Dios), sino más bien in templum Dei sedeat (siente plaza como templo de Dios), como si él en persona fuera el templo de Dios, que es la Iglesia; algo así como cuando decimos «sedet in amicum» (se sienta a lo amigo), es decir, como un amigo, o cuando empleamos otras locuciones parecidas.

El inciso: Sabéis lo que ahora lo frena equivale a «sabéis qué es lo que lo retrasa, cuál es la causa de su demora», para que su aparición llegue a su debido tiempo. Y como dice que ellos lo saben, no lo quiso expresar claramente. Y nosotros, que ignoramos lo que ellos sabían, intentamos llegar, incluso con esfuerzo, al pensamiento del Apóstol, y no somos capaces. Máxime cuando lo que añadió oscurece todavía más el significado de todo esto. Porque ¿qué quiere decir: Esta impiedad escondida está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, aparecerá el impío? Yo reconozco ignorar totalmente lo que quiso decir. Con todo expresaré las conjeturas de aquellos a quienes he oído o leído.

3. Piensan algunos que tales palabras hacían referencia al Imperio romano, y que el apóstol Pablo no quiso expresarlo abiertamente para no incurrir en una acusación de calumnia, al desearle un mal al romano Imperio, dado que se esperaba fuese eterno. Las palabras: Esta impiedad escondida está ya en acción, se referirían a Nerón, cuya conducta daba la impresión de Anticristo. De ahí que no faltan quienes sospechan que él mismo resucitará y será el Anticristo. Otros llegan a pensar que ni siquiera fue muerto, sino más bien secuestrado para dar la impresión de que fue asesinado, pero que vive escondido en la plenitud de la edad que tenía cuando se lo creyó muerto, hasta que a su tiempo aparezca y sea restablecido en su trono. Pero me parece sobremanera extraña la pretensión de los que así opinan. Sin embargo, las otras palabras: Apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, podrían aplicarse al Imperio romano, como si dijeran: «Apenas se quite de en medio el que por el momento está en el poder», es decir, que desaparezca de en medio. Entonces aparecerá el impío, nadie duda que se refiere al Anticristo.

Otros opinan que las palabras: Sabéis lo que ahora lo frena, y las otras: Esta impiedad escondida está ya en acción, no se refieren más que a los malvados e hipócritas que hay en la Iglesia, hasta llegar a un número tal que formen el gran pueblo del Anticristo. Sería la «impiedad escondida», porque da la impresión de estar oculta. El Apóstol, por su parte, exhortaría a los creyentes a mantenerse fieles con tenacidad en la fe que profesan con estas palabras: Apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, esdecir, hasta que salga de en medio de la Iglesia ese misterio de maldad que ahora está escondido. Les parece que forma parte de esa impiedad oculta lo que dice Juan el evangelista en su carta: Hijos, ha llegado el momento final. ¿No oísteis que iba a venir el Anticristo? Pues mirad cuántos anticristos se han presentado: de ahí deducimos que es el momento final. Aunque han salido de nuestro grupo, no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros108. Del mismo modo dicen éstos que antes del final, de esa hora que llama Juan la última hora, han salido multitud de herejes del seno de la Iglesia, y que él los llama anticristos, así también surgirán de ella entonces todos los partidarios, no de Cristo, sino del último Anticristo: ése será el momento de su aparición.

4. Estas palabras oscuras del Apóstol tratan de explicarlas cada uno a su manera. Una cosa, sí, es cierto que él dijo: Cristo no vendrá a juzgar a los vivos y muertos sin que antes su adversario, el Anticristo, haya venido a seducir a los muertos de alma, aunque pertenezca a un secreto designio de Dios el hecho mismo de ser seducidos por él. Así, pues, la venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con portentos y prodigios falsos, y con toda la seducción que la injusticia ejerce sobre los que se pierden. Será entonces cuando soltarán a Satanás, y por medio del Anticristo realizará sus actividades con toda su potencia, entre maravillas, sí, pero engañosas.

Suele preguntarse cuál es la causa de que las llame el Apóstol señales y prodigios de mentira: si porque los sentidos de los mortales han de ser engañados a base de alucinaciones fantásticas, de manera que parezca realizar lo que no realiza, o se trata de auténticos hechos prodigiosos que arrastrarán al engaño a quienes crean que tales portentos no son posibles sin la intervención divina, ignorantes del poder diabólico, sobre todo cuando reciba un poder tal como nunca había tenido. De hecho, cuando cayó fuego del cielo y de un solo golpe consumió una tan numerosa familia como la de Job, con sus enormes rebaños de ganado, y cuando un torbellino se abatió, derrumbando la casa y matando a sus hijos109, no se trataba de meras alucinaciones. Y, con todo, fueron operaciones de Satanás, a quien Dios había dado este poder. Luego veremos por cuál de estas dos razones han llamado prodigios y señales engañosas a estas obras.

Sea cual fuere la causa de tal denominación, lo cierto es que con semejantes señales prodigiosas serán seducidos los que se lo tenían merecido, en pago de no haberse abierto al amor de la verdad que los habría salvado. Y no dudó el Apóstol en continuar diciendo: Por eso Dios les mandará un extra­vío que los incitará a creer en la mentira. Dios, en efecto, lo mandará, puesto que permitirá al diablo realizar todo esto por un justo designio; a Él le mueve un justo designio, aunque al demonio le impulse una injusta y perversa intención.

Así -prosigue- todos los que no dieron fe a la verdad y aprobaron la injusticia serán llamados a juicio. Por lo tanto, los juzgados serán seducidos, y los seducidos serán llamados a juicio. Pero los juzgados serán seducidos en virtud de aquellos juicios de Dios misteriosamente justos y justamente misteriosos por los que, ya desde los comienzos del pecado de la criatura racional, jamás ha dejado de juzgar. En cambio, los seducidos serán llamados al juicio definitivo y público por medio de Cristo Jesús, quien juzgará con absoluta justicia, después de haber sido juzgado con absoluta injusticia.

CAPÍTULO XX

Enseñanzas del mismo Apóstol sobre la resurrección de los muertos 
en su primera carta a los Tesalonicenses

1. Pero en el pasaje que venimos comentando, el Apóstol no menciona la resurrección de los muertos. Sin embargo, en su primera carta a los mismos destinatarios dice: Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los que mueren para que no os aflijáis como esos otros que no tienen esperanza. ¿No creemos que Jesús murió y resucitó? Pues también a los que han muerto Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él. Mirad, esto que voy a deciros se apoya en una palabra del Señor: nosotros, los que quedemos vivos para cuando venga el Señor, no llevaremos ventaja a los que hayan muerto; pues cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta celeste, el Señor en persona bajará del cielo; primero resucitarán los cristianos difuntos, luego nosotros, los que quedemos vivos; junto con ellos seremos arrebatados en nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor110. Estas palabras del Apóstol muestran evidentemente que la resurrección de los muertos tendrá lugar cuando venga el Señor a juzgar a vivos y muertos.

2. Pero aquí surge normalmente una pregunta: aquellos que Cristo encontrará viviendo aquí, y el Apóstol personificaba en sí mismo y en sus contemporáneos, ¿se verán libres por completo de la muerte, o tal vez en el mismo instante en que sean arrebatados en nubes al encuentro de Cristo en el aire, juntamente con los que resuciten, pasarán a la inmortalidad, a través de la muerte, con asombrosa rapidez? No vamos a decir que no es posible mientras son llevados por los aires a las alturas, morir y resucitar en ese espacio de tiempo. Porque las palabras: Y así estaremos siempre con el Señor no hemos de interpretarlas como si hubieran dicho que permaneceremos en el aire siempre con el Señor. Él mismo no permanecerá allí, puesto que vendrá de paso. Se le saldrá, pues, al encuentro porque viene, no porque se vaya a quedar. Es decir, que y así estaremos siempre con el Señor hemos de entenderlo como que tendremos cuerpos que no morirán, en cualquier parte que con él estemos. El mismo Apóstol parece imponernos esta interpretación, según la cual aquellos incluso que el Señor encuentre todavía viviendo sobre la tierra sufrirán la muerte y recibirán la eternidad en ese pequeño intervalo de tiempo, cuando dice: Por Cristo todos recibirán la vida111; siendo así que en otro lugar, tocando el tema de la resurrección misma de los cuerpos, se expresa así: Lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere112. ¿Cómo van a recobrar la vida en Cristo por la inmortalidad, aún sin morir, aquellos que él encuentre vivos aquí abajo, cuando vemos que acerca de esto mismo se dijo: Lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere?

Realmente no podemos hablar de sembrar más que en aquellos cuerpos humanos que con la muerte de algún modo vuelven a la tierra; ése es el tono de aquella divina sentencia pronunciada contra el transgresor y padre del género humano Tierra eres y a la tierra tornarás113. Pues bien, hemos de reconocer que todos aquellos que Cristo, a su venida, encuentre todavía sin haber salido de sus cuerpos no estarán comprendidos ni en las palabras del Apóstol ni en las del Génesis. En efecto, los arrebatados a lo alto en las nubes no son, por supuesto, sembrados, porque ni van a la tierra ni de ella vuelven, sea que no experimenten muerte alguna, sea que poco a poco irán muriendo en el aire.

3. Pero hay algo más todavía. El mismo Apóstol, hablando a los Corintios de la resurrección de los muertos, dijo: Todos resucitaremos, o según la versión de otros códices: Todos nos dormiremos114. Ahora bien, no es posible la resurrección si no está precedida por la muerte; por otra parte, no podemos en este pasaje entender el «sueño» sino como la muerte; ¿cómo entonces van a dormirse todos o a resucitar, si el gran número de los que Cristo encuentre viviendo en el cuerpo no mueren ni resucitan? Queda una solución: que los santos que se encuentren con vida a la venida de Cristo, y que sean llevados para ir a su encuentro, emigren en ese mismo rapto de sus cuerpos mortales para volver al punto a ellos mismos ya inmortalizados. Esta hipótesis arroja luz a las oscuras palabras del Apóstol. Igualmente cuando dice: Lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere; o esta otra frase: Todos resucitaremos, o bien: Todos nos dormiremos. La razón es que ni siquiera ellos recibirán la vida inmortal sin que antes, aunque sea por un brevísimo instante, pasen por la muerte. Así no serán ajenos a la resurrección, precedida por la muerte, tal vez brevísima, pero muerte. ¿Y por qué nos ha de parecer imposible que una tal multitud de cuerpos se siembren, por así decirlo, en el aire, y que allí al instante recobren la vida de forma inmortal e incorruptible, siendo así que creemos lo que abiertamente dice el Apóstol, es decir, que la resurrección tendrá lugar en un abrir y cerrar de ojos115, y que el polvo hasta de los más antiguos cadáveres se reintegrará a los miembros, destinados a vivir sin fin, con enorme facilidad y con incalculable rapidez?

No creamos inmunes de la sentencia pronunciada contra el hombre: Tierra eres y a la tierra tornarás a aquellos santos de que venimos hablando, porque sus cuerpos no caigan en tierra al morir, puesto que en el mismo rapto morirán y resucitarán al ser llevados por los aires. A la tierra tornarás es lo mismo que «al terminar la vida, volverás al mismo estado que tenías antes de cobrar vida»; en otras palabras: cuando quedes exánime, serás de nuevo lo mismo que antes de estar animado. De hecho, Dios a un poco de tierra le insufló en la cara un soplo de vida cuando el hombre se convirtió en ser viviente. Como si le dijera: «Ya eres tierra animada, cosa que antes no eras; serás tierra inanimada como antes». Esto son todos los cuerpos de los difuntos antes de su corrupción; esto serán también aquéllos si llegan a morir, dondequiera que mueran, al carecer de vida, para recuperarla en seguida. Irán, pues, a la tierra, porque de hombres vivos se harán tierra, lo mismo que va a la ceniza lo que se convierte en ceniza, va a la vejez lo que se hace viejo, va a ser vasija lo que de arcilla se convierte en una vasija, y mil otras expresiones por el estilo. ¿Cómo sucederá todo esto? Ahora no podemos más que hacer conjeturas con nuestra pobre razón. Entonces habrá más posibilidades de conocerlo. Lo que sí es preciso creer -si queremos ser cristianos- es que habrá resurrección de los muertos en la carne cuando Cristo venga a juzgar a vivos y muertos. Pero no porque no lleguemos a comprender perfectamente cómo se ha de realizar, ya por eso nuestra fe es inútil en este punto.

Y ahora, como ya lo hemos prometido más arriba, vamos a exponer, con suficiente detenimiento, lo que han anunciado los libros del Antiguo Testamento sobre este supremo juicio de Dios. Creo que no va a ser necesario detenernos mucho en exponer sus citas si el lector ha procurado servirse de lo precedente.

CAPÍTULO XXI

Palabras de Isaías, acerca de la resurrección de los muertos 
y de las sanciones del juicio

1. Así dice el profeta Isaías: Se levantarán los muertos, se alzarán los que estaban en los sepulcros y tendrán júbilo todos los que habitan en la tierra; porque el rocío que proviene de ti es salud para ellos; en cambio, la tierra de los impíos caerá116. Toda la primera parte de la cita se refiere a la resurrección de los bienaventurados. Las otras palabras: La tierra de los impíos caerá, tienen esta explicación: «De los cuerpos de los impíos se apoderará la catástrofe de la condenación». Ahora bien, si queremos examinar con más cuidada precisión lo dicho sobre la resurrección de los buenos, hay que aplicar a la primera resurrección estas palabras: Se levantarán los muertos, y a la segunda lo que sigue: Y se alzarán los que estaban en los sepulcros.

Pero si queremos precisar los santos que Cristo encontrará vivos aquí abajo, les viene a propósito el inciso siguiente: Y tendrán júbilo todos los que habitan la tierra. Porque el rocío que proviene de ti es salud para ellos. Salud en este lugar significa perfectamente la inmortalidad. Ella es, en efecto, la más plena salud, que no necesita reponerse con los alimentos como si fuera con medicinas cotidianas.

Por otra parte, respecto al día del juicio, primero da esperanza a los buenos y luego el mismo profeta aterra a los malos. He aquí sus palabras: Yo haré derivar hacia ellos como un río de paz, y la gloria de las naciones como un torrente en crecida. Llevarán en brazos a sus criaturas, y sobre las rodillas las acariciarán. Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo; seréis consolados en Jerusalén, y al verlo se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos brotarán como la hierba. La mano del Señor se manifestará a sus servidores, y amenazará a los rebeldes. Porque el Señor llegará como fuego, y sus carros como tempestad, para traer la venganza de su cólera y la destrucción por las llamas de fuego. Toda la Tierra será juzgada con el fuego del Señor, y toda carne con su espada. Serán muchos los heridos por el Señor117.

En la promesa a los buenos, el «río de paz» debemos tomarlo como la abundancia de aquella paz que no pueda darse mayor. De ella seremos inundados, como ya hemos hablado extensamente en el libro anterior. Dice que este río lo hará derivar hacia aquellos a quienes se promete una tal bienaventuranza, que entendamos que en la región de aquella felicidad que está en los cielos todo queda saciado en este río. Y como de esa fuente manará la paz de la incorrupción y de la inmortalidad a los cuerpos terrenos, por eso dijo que haría derivar este río, para que desde las regiones más elevadas, por así decir, fluya también hacia las inferiores, y a los hombres los haga iguales a los ángeles. Por Jerusalén no hemos de entender la sometida a esclavitud con sus hijos, sino la libre, nuestra madre, en palabras del Apóstol, la Jerusalén eterna de los cielos118. Allí, después de trabajosas calamidades y preocupaciones de seres mortales, seremos consolados, como sus niños llevados en brazos o puestos sobre sus rodillas. Aquella felicidad insólita nos envolverá con caricias infinitamente tiernas a nosotros, hombres desacostumbrados y bisoños. Al contemplar aquello, nuestro corazón se llenará de gozo. No manifestó qué es lo que contemplaremos. Pero ¿qué ha de ser sino a Dios? Es así como se cumplirá en nosotros la promesa evangélica: ¡Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios!119, y también todas las cosas que ahora no vemos, y que al creerlas las concebimos, según la medida de la humana capacidad, muy por debajo y completamente diferente de lo que realmente son. Y al verlo -dice-, se alegrará vuestro corazón. Aquí creéis, allí veréis.

2. Y puesto que dijo: Se alegrará vuestro corazón, para evitar que pensáramos se refieren aquellos bienes de Jerusalén únicamente a nuestro espíritu: Y vuestros huesos -añadió- brotarán como la hierba. Estas palabras aluden a la resurrección de los muertos, como explicitando algo que hubiera omitido. Porque no sucederá después que la hayamos visto, sino que la veremos cuando haya sucedido. Ya antes había hablado acerca del nuevo cielo y de la tierra nueva al hablar repetidas veces y de múltiples formas de las promesas finales hechas a los santos. Habrá -dice- un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá en ella gozo y alegría. Mirad, voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a mi pueblo en gozo: me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirá en ella el sonido del llanto120, y el resto del pasaje, que algunos se empeñan en referir a los famosos mil años según la carne. Se mezclan las expresiones propias con las figuradas, al estilo profético, con el fin de que una investigación sobria pueda descubrir el sentido espiritual tras un cierto esfuerzo útil y saludable. En cambio, la pereza carnal o la desidia de una inteligencia inculta y descuidada, satisfecha con el sentido superficial de la letra, piensa que ya no hay nada más profundo que buscar.

Creo haberme expresado ya suficientemente en torno a las palabras del profeta, escritas con anterioridad a este pasaje. En la cita que nos ocupa y que ha provocado la digresión hacia los otros puntos, cuando dijo: Y vuestros huesos brotarán como la hierba, para dar a entender que iba a evocar la resurrección de la carne, sí, pero la de los buenos, añadió: Y la mano del Señor se manifestará a sus servidores. ¿Qué significa esto, sino una mano que distingue entre sus adoradores y sus menospreciadores? De ellos continúa diciendo: Y amenazará a los rebeldes, o bien a los incrédulos, como lee otra versión. Y no será entonces cuando se profieran amenazas: lo que ahora se dice en tono amenazador, entonces se cumplirá con eficacia. Porque el Señor -prosigue- llegará como fuego, y sus carros como tempestad, para traer la venganza de su cólera, y la destrucción por las llamas de fuego. Toda la Tierra será juzgada con el fuego del Señor y toda carne con su espada. Serán muchos los heridos por el Señor. Tanto en el fuego como en la tempestad, como en la espada, quiere significar la pena del juicio. Al decir que el Señor en persona vendrá como fuego, se refiere, naturalmente, a aquellos para quienes su venida constituirá un suplicio. Sus carros (está dicho en plural) podemos interpretarlos sin mayor inconveniente como los ministerios angélicos. Y en lo referente a las palabras de que toda la Tierra y toda carne serán juzgados por el fuego y la espada del Señor, no vamos a comprender aquí incluso a los hombres de espíritu, los santos, sino únicamente a los carnales y terrenos, de los cuales se dijo: Los que están centrados en lo terreno121, y también: Las tendencias de la carne son muerte122, y a aquellos designados por el Señor con el simple nombre de carne, cuando dice: Mi aliento no permanecerá en estos hombres, puesto que son carne123. Lo que aquí se afirma: Serán muchos los heridos por el Señor, sucederá con la herida de la muerte segunda.

Podrían tomarse en buen sentido el fuego, la espada y la herida. De hecho, el Señor dijo que quería poner fuego al mundo124; y distribuidas sobre los apóstoles aparecieron unas como lenguas de fuego en la venida del Espíritu Santo125. Además: No he venido -dice el mismo Señor- a traer paz a la tierra, sino espada126; la Escritura llama a la palabra de Dios una espada de doble filo127, por la doble arista de los dos Testamentos. En el Cantar de los Cantares la Iglesia dice de sí misma estar herida por el amor, como asaeteada por la fuerza del amor128. Pero en este pasaje de Isaías, cuando leemos u oímos que el Señor vendrá en son de venganza, está bien claro en qué sentido debemos entender sus palabras.

3. Luego, tras una breve mención de los que serán consumidos por este juicio, bajo la imagen de los alimentos prohibidos en la ley antigua, de los que ellos no se abstuvieron, queriendo significar a los impíos y pecadores, hace un resumen desde el principio de la gracia del Nuevo Testamento, desde la primera venida hasta el juicio final del que estamos tratando; así continúa y termina su discurso. Nos cuenta cómo dice el Señor que vendrá a reunir a todas las naciones129, y cómo todas ellas vendrán y verán su gloria. Porque todos pecaron -dice el Apóstol- y están privados de la gloria de Dios130. Y dice que dejará en medio de ellos señales para que al admirarlas, crean en Él; y que de entre ellos enviará algunos de los que se hayan salvado a las diversas naciones, y a las islas remotas que no han oído su nombre ni visto su gloria. Y la predicarán en medio de las naciones, y llevarán a los hermanos de aquellos a quienes el Señor hablaba, es decir, a los que en la misma fe y bajo el mismo Padre Dios son hermanos de los israelitas elegidos. Los conducirán de entre todas las naciones, como ofrenda al Señor, en acémilas y vehículos (estas acémilas y estos vehículos pueden significar muy bien los medios de que Dios se sirve a través de las diversas clases de ministerios divinos, sean angélicos o humanos) hasta la ciudad santa de Jerusalén, que hoy día se encuentra ya difundida por toda la Tierra en los santos fieles. Porque en cuanto reciben una ayuda divina, al punto creen, y nada más creer vienen.

Los ha querido comparar el Señor alegóricamente a los hijos de Israel ofreciéndole sus sacrificios juntamente con salmos en medio de su casa, práctica que la Iglesia ya realiza por todas partes. Les prometió, además, que tendría a bien aceptar sacerdotes y levitas elegidos de entre ellos, cosa que todavía vemos se está cumpliendo. No iba a ser, efectivamente, según la descendencia de carne y sangre, como ocurría al principio, siguiendo el rito de Aarón; debía ser como convenía a un testamento nuevo, en el cual, siguiendo el rito de Melquisedec, el sumo sacerdote es Cristo131, y, según los méritos que a cada uno la gracia divina le haya conferido, se eligen de entre ellos sacerdotes y levitas como podemos comprobar hoy. A éstos no los valoramos por su título, alcanzado a veces indignamente, sino por lo que no es común a buenos y malos: la santidad.

4. Después de haber hablado así sobre la bondad de Dios, tan evidente y palpable para nosotros, que al presente se está dispensando a la Iglesia, prometió también el desenlace, al que se llegará por medio del juicio final, una vez realizada la discriminación entre buenos y malos, diciendo por el profeta, o hablando el mismo profeta de Dios así: Como el cielo nuevo y la tierra nueva permanecerán en mi presencia -oráculo del Señor-, así también durará vuestra estirpe y vuestro nombre, lo será de mes a mes y de sábado a sábado. Vendrá toda carne a postrarse ante mí en Jerusalén -ha dicho el Señor-; y al salir, verán los miembros de los hombres que se rebelaron contra mí. Su gusano no morirá y su fuego no se apagará, y ellos serán un espectáculo para todo mortal132. Este profeta puso fin a su libro en aquello que pondrá fin al mundo.

Algunos traductores transmiten cadáveres de varones en lugar de miembros de los hombres, queriendo significar por los cadáveres la pena visible corporal. En realidad no se llama cadáver más que a un cuerpo exánime; no obstante, los cuerpos de que aquí se habla serán animados; de otra manera no podrían sentir tormento alguno. A no ser que se trate de cuerpos de muertos, es decir, de aquellos que caerán en la segunda muerte: por esta razón se les puede llamar realmente cadáveres. De ahí el dicho del mismo profeta, ya citado algo más arriba, La tierra de los impíos caerá. ¿Quién no descubre que «cadáveres» viene de cadere (caer)? El uso de «varones» que hacen tales traductores es evidente que equivale al de «hombres». Porque ¿quién afirmará que las mujeres pecadoras se verán libres de ese suplicio? Aquí se engloba a los dos sexos, citando el principal máxime cuando de él salió. Pero lo que más importa en este punto es lo que se dice dirigiéndose a los justos: vendrá toda carne, porque aquel pueblo constará de todo género de hombres -claro que no todos los hombres estarán allí presentes, muchos estarán penando-; con todo, como decía ya al principio, para los buenos emplea el término «carne», y para los malos, «miembros» o «cadáveres». Por consiguiente, se declara aquí que tras la resurrección de la carne, cosa que queda en este pasaje totalmente confirmada por estos términos concretos, tendrá lugar el juicio, el cual separará a buenos y malos, dándole a cada uno su respectivo desenlace final.

CAPÍTULO XXII

En qué consistirá la salida de los santos para ver las penas de los malos

Y ¿cómo saldrán los buenos para ver los suplicios de los malos? ¿Es que acaso con un movimiento corporal abandonarán sus moradas de bienandanza para acercarse a los lugares de castigo y ver físicamente presentes los tormentos de los malvados? De ninguna manera; su salida será a través del conocimiento.

Lo que quiere decir la palabra «salir» es esto: que los atormentados estarán fuera. De ahí que el Señor a estos lugares los llame tinieblas exteriores133. A ellas se opone aquella entrada cuando se le dijo al buen criado: Entra en el gozo de tu Señor134. No pensemos que los malos entrarán allí para ser conocidos; más bien los buenos saldrán hacia ellos, por así decir, mediante el conocimiento que de ellos tendrán, puesto que su ciencia alcanzará lo que sucede fuera. Los que estén penando nada sabrán de lo que sucede dentro, en el gozo del Señor; en cambio, los que se encuentren en este gozo sí conocerán lo que sucede fuera, en las tinieblas exteriores. Por eso se dijo: Saldrán, puesto que no se les ocultarán ni siquiera los que estén fuera, lejos de ellos. Si de hecho los profetas han podido tener noticia de todo esto antes de suceder, por la presencia de Dios -aunque fuese muy ligera- en sus inteligencias de hombres mortales, ¿cómo los santos, inmortales ya, y una vez cumplidos los hechos, van a desconocerlo cuando Dios lo sea todo para todos?135

En aquella beatitud se mantendrá la estirpe y el nombre de los santos, aquella estirpe o semilla de la que dice Juan: Lleva dentro la semilla de Dios136; y aquel nombre del que dice el mismo Isaías: Un nombre eterno les daré que no se extinguirá137. Y lo será de mes a mes y de sábado a sábado, como si dijera: de luna a luna y de un descanso a otro. Ellos personalmente serán ambas cosas cuando de estas viejas y fugaces sombras pasen a las luminarias nuevas y eternas.

Con respecto a los tormentos de los malvados, tanto lo del fuego inextinguible como lo del gusano que no muere, diversos autores han hablado de ellos cada uno a su manera. Unos lo refieren todo al cuerpo, otros exclusivamente al alma. Otros, en cambio, relacionan el fuego propiamente con el cuerpo, y el gusano, de una forma figurada, al alma, lo que parece más probable. Pero no es éste el momento de dilucidar tales distinciones. Nuestra intención en todo este libro es tratar del juicio final, en el que se lleva a cabo la separación de buenos y malos. Ya trataremos con más detenimiento en otro lugar sobre los premios y castigos.

CAPÍTULO XXIII

Profecías de Daniel sobre la persecución del Anticristo, 
el juicio de Dios y el reinado de los santos

1. Esto es lo que Daniel profetiza con relación al juicio último: primeramente vendrá el Anticristo; luego continuará su exposición hasta el reinado de los santos. Él ha visto en una visión profética cuatro fieras, que significaban cuatro reinos. El cuarto fue sometido por un cierto rey, en el que se adivina el Anticristo. Después de todo esto surge un reino eterno de un hijo de hombre, en el que vemos a Cristo. He aquí sus palabras: Yo, Daniel, me sentía agitado en lo íntimo de mi ser, y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie, y le pedí que me explicase todo aquello; él me explicó el sentido de la visión. Luego, como transmitiendo la explicación que había pedido, continúa: Estas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos. Yo quise saber -prosigue- lo que significaba la cuarta fiera, distinta de todas las demás, y mucho más terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pisoteaba las sobras con las pezuñas, y lo que significaban los diez cuernos de su cabeza, y el otro cuerno que le salía y eliminaba a los otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, con un aspecto mayor que los otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los otros y los derrotó, hasta que llegó el anciano y entregó el reino a los santos del Altísimo; llegó el tiempo, y los santos entraron en posesión del reino.

De todo esto dice Daniel que pidió explicación. Y en seguida añade la respuesta que oyó: Y dijo -prosigue- (es decir, aquel a quien le había preguntado respondió diciendo): La cuarta fiera es un cuarto reino que habrá en la tierra, y que dominará sobre todos los demás; devorará toda la Tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que surgirán; después vendrá otro que los superará a todos en maldades; humillará a tres reyes, y blasfemará contra el Altísimo y triturará a los santos del Altísimo; se llegará a temer que cambie el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un período de tiempo, varios períodos más y la mitad de uno de ellos. Pero cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo le fueron entregados a los santos del Altísimo. Su reino será eterno; le temerán y se someterán todos los Imperios. Aquí termina -dice- la explicación. Yo, Daniel, estaba muy turbado con mis pensamientos y se me mudó el color del rostro; pero me lo guardé todo dentro138.

Interpretando este pasaje, algunos ven en esos cuatro reinos: Asiria, Persia, Macedonia y Roma. Si alguien desea saber con cuánto acierto, lo puede ver en la obra del presbítero Jerónimo sobre Daniel, escrita con bastante erudición y profundidad. Que la Iglesia tenga que soportar la cruelísima tiranía del Anticristo durante un espacio de tiempo, por más corto que sea, hasta que los santos, en el último juicio de Dios, reciban el reino eterno, es cosa que, aunque uno leyera el pasaje dormitando, no se puede poner en duda.

El «período de tiempo», los «varios períodos más» y «la mitad de un período» equivalen a un año, dos años y medio año, es decir, tres años y medio; esto se deduce del número de días que más abajo menciona y del número de meses que a veces se citan en la Escritura. En latín aparecen los «varios períodos de tiempo» de una forma indeterminada, pero en el original están expresados en número dual, del que carece el latín. Parece ser que el hebreo tiene, al igual que el griego, este número dual. Así, pues, al decir «tiempos» equivale aquí a «dos tiempos».

Confieso con franqueza mi temor de que al tomar los diez reyes como otras tantas personas que al parecer encontrará el Anticristo, nos engañemos quizá, y que este último llegue de manera imprevista, sin que haya ese número de reyes en el mundo romano. ¿Quién sabe si en este número diez no está significada la totalidad de los reyes, tras de los cuales vendrá el Anticristo, del mismo modo que en el número mil, cien, o siete, se indica con frecuencia la totalidad, lo mismo, que en otros muchos números que ahora no es necesario citar?

2. El propio Daniel se expresa así en otro pasaje: Vendrá un período de sufrimiento tal como no lo ha habido desde la existencia de las naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia y confusión perpetuas. Los sabios brillarán como la claridad del firmamento, y muchos de los justos como las estrellas por los siglos139.

Este pasaje es muy parecido a una expresión evangélica, al menos en lo concerniente a la resurrección de los cuerpos muertos. Cuando en él se alude a los que están en los sepulcros, aquí se dice de los mismos que están durmiendo en el polvo de la tierra; allí dice que saldrán, y aquí se levantarán; en el Evangelio dice: los que hicieron el bien, a una resurrección de vida; los que practicaron el mal, a una resurrección de juicio; lo mismo en este pasaje de Daniel: unos para vida eterna, otros para ignominia y confusión perpetuas140. Y no creamos que hay divergencia entre ambos textos porque allí se diga: todos los que están en los sepulcros, y aquí el profeta omita la palabra «todos» al decir: muchos de los que duermen en el polvo de la tierra. De vez en cuando la Escritura utiliza el término «muchos» en lugar de «todos». Así, por ejemplo, a Abrahán se le dijo: Te hago padre de muchos pueblos, siendo así que también se le dijo: En tu descendencia serán benditas todas las naciones141. Y sobre la resurrección de que venimos hablando se le dice al mismo profeta Daniel un poco más adelante: Tú vete y descansa; faltan unos días para que todo termine; descansarás y te levantarás a recibir tu destino al final de los días142.

CAPÍTULO XXIV

Profecías de los salmos de David sobre el fin de este mundo 
y del novísimo juicio de Dios

1. Son muchas las alusiones de los salmos al juicio final, pero la mayoría de paso y someramente. Con todo, no pasaré por alto las más explícitas que allí se encuentran acerca del fin de nuestro mundo. Al principio cimentaste la tierra, Señor, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, tú permaneces; se gastarán como la ropa, serán como vestido que se muda. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán143.

¿Cómo es que Porfirio, siendo como es un panegirista de la piedad de los hebreos, que dan culto al grande y verdadero Dios, temible incluso para las divinidades paganas, acusa a los cristianos, fiado en los oráculos de sus dioses, de la más grande locura, porque sostienen que este mundo está llamado a perecer? He aquí que en los escritos piadosos de los hebreos se dice a Dios (ante quien tiemblan de espanto las mismas divinidades, según declaración de un tan ilustre filósofo): Los cielos son obras de tus manos, ellos perecerán. Y si los cielos perecerán, que son la parte superior y más segura del mundo, ¿no va a perecer el mundo mismo? Parece que esta creencia no le hace mucha gracia a Júpiter, por cuyo oráculo -como si fuera el de más respetable autoridad, según nos dice este filósofo- se les reprocha a los cristianos su credulidad. Entonces, ¿por qué no les reprocha igualmente a los hebreos su sabiduría como si fuera una locura, puesto que se encuentra en sus libros más sagrados? Si forma parte de aquella sabiduría (que tanta admiración le merece a Porfirio, hasta el punto de encomiarla por boca de sus mismos dioses), lo que está escrito referente a que los cielos están llamados a la ruina, ¿cómo cae en tal simpleza esta impostura que llega a detestar en la fe de los cristianos entre otras cosas, o sobre todas las demás, su creencia en la destrucción del mundo, ya que, por supuesto, sólo si el mundo se destruye podrán perecer los cielos? Cierto que en las Sagradas Escrituras propiamente nuestras, no comunes a nosotros y a los hebreos, o sea, en los Evangelios y escritos apostólicos, leemos: Pasa la apariencia de este mundo144; y también: El mundo pasa145; y también: El cielo y la tierra pasarán146. Pero pienso que las palabras «pasa» o «pasarán» tienen menos fuerza que «perecerán». En la carta del apóstol Pedro, en la que leemos que el mundo de entonces existente pereció sumergido por las aguas147, se ve con claridad a qué parte -tomada por el todo- se refiere del mundo, y hasta qué punto se dice que pereció; asimismo qué cielos quedan reservados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los impíos. Luego añade un poco después: El día del Señor llegará como un ladrón, y entonces los cielos acabarán con un estampido, los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra y lo que en ella se hace se derretirán por el fuego; y a continuación: Pareciendo todo de esta forma, ¿qué clase de personas deberéis ser vosotros?148 En estas palabras podríamos entender como «cielos destinados a la perdición» los que él dijo que iban a quedar reservados para el fuego, y como elementos destinados a quemarse los de la parte inferior del mundo, escenario de vientos y tormentas, donde dijo que iban a quedar reservados esos mismos cielos, quedando a salvo en toda su integridad las partes superiores, en cuya bóveda están asentados los astros. Porque el pasaje en el que se dice que las estrellas caerán del cielo149, aparte de poderse entender con mucho más cierto que otro sentido, nos indica, sobre todo, que permanecerán aquellos cielos si es verdad que las estrellas se desplomarán de allí. Pero puede tratarse de una locución metafórica -lo cual es más verosímil-, o quizá que todo suceda en este cielo inferior, y entonces causará, ciertamente, más admiración que ahora. A este propósito se refiere la alusión de Virgilio a aquella «estrella, portadora de una antorcha, que corrió dejando un reguero de luz» y que fue a esconderse en las selvas del monte Ida.

Con relación al pasaje del salmo antes citado, no parece dejar ninguna parte del cielo como destinado a la ruina. De hecho, dice: Los cielos son obra de tus manos; ellos perecerán. No hay ningún cielo que no sea obra de Dios, y tampoco ninguno queda excluido de la perdición. ¡No van a dignarse nuestros adversarios citar una frase del apóstol Pedro, a quien odian de corazón, para defender la piedad de los hebreos, elogiada por los oráculos de sus dioses! De esta forma, para desmentir que el mundo está abocado a la ruina en su totalidad, podrían tomar el todo por la parte en aquel inciso: Ellos perecerán, cuando sólo habría de perecer la parte inferior de los cielos. Sería una interpretación como la de la carta apostólica, en la que se toma el todo por la parte, diciendo que el mundo fue víctima del diluvio, cuando en realidad sólo pereció la región inferior del mundo con sus respectivas par­tes celestes. Pero no van a dignarse -ya lo he dicho- hacer tal interpretación para no dar su visto bueno al sentir del apóstol Pedro ni concederle una tal magnitud a la última conflagración, como la que nosotros decimos tuvo el diluvio, ellos que rechazan toda posibilidad de que la especie humana entera perezca víctima del agua ni del fuego. Sólo le queda una salida: la de confesar que sus dioses han magnificado la sabiduría hebrea porque no habían leído este salmo.

2. En el salmo 49 hay también unas palabras que se refieren al juicio último de Dios: Viene nuestro Dios ostensiblemente, y no callará. Lo precede fuego voraz, lo rodea tempestad violenta. Desde lo alto convoca a cielo y tierra para discernir a su pueblo: Congregadle a sus fieles, que sellaron su pacto con un sacrificio150. Nosotros aplicamos esto a Jesucristo el Señor; esperamos que Él venga del cielo a juzgar a vivos y muertos. Vendrá públicamente para juzgar entre justos e injustos con justicia, Él que primero vino ocultamente para ser juzgado por los injustos sin justicia. Él en persona -repito- vendrá ostensiblemente y no callará; osea, aparecerá ante todos tomando la palabra de juez, quien en su anterior venida oculta enmudeció ante el juez, cuando fue conducido como oveja para ser inmolado, y como cordero ante su esquilador se quedó sin voz, como predijo de Él Isaías el profeta151 y lo vemos cumplido en el Evangelio152.

En cuanto al fuego y a la tempestad, ya dejamos explicado, al tratar un pasaje paralelo de este profeta, cómo se han de interpretar. Las siguientes palabras: Desde lo alto convoca el cielo, puesto que los santos y los hombres intachables reciben con todo derecho el nombre de cielo, coinciden, naturalmente, con aquellas otras del Apóstol: Junto con ellos serán arrebatados en nubes para recibir a Cristo en el aire153. Efectivamente, dejándonos llevar por el sentido superficial de la letra, ¿cómo es posible llamar al cielo desde arriba? ¿Es que podrá estar el cielo en alguna otra parte más que arriba? La frase que sigue: Y la tierra, para juzgar a su pueblo, si únicamente sobreentendemos convoca, o sea, «convoca la tierra», prescindiendo de desde lo alto, la frase podría tener un sentido conforme a la recta fe, de forma que «el cielo» designaría a los que están juntamente con él para juzgar, y «la tierra», a los que han de ser juzgados. De esta manera, la frase Desde lo alto convoca el cielo no la entenderíamos así: «Los arrebatará por los aires», sino: «Los encumbrará sobre las sedes del tribunal».

Desde lo alto convoca el cielo podría también interpretarse así: «llama a los ángeles a los más elevados y excelsos lugares para descender con ellos a realizar el juicio». También convoca la tierra, es decir, a los hombres que están en la tierra para ser juzgados. Si cuando decimos también la tierra sobreentendemos ambos términos, esto es, convoca y desde lo alto, lo que equivaldría a decir: «Desde lo alto convoca el cielo, y convoca desde lo alto también la tierra», en este caso ninguna interpretación me parece mejor que ésta: los hombres serán arrebatados para ir al encuentro de Cristo en el aire; pero el cielo está expresado aludiendo a las almas, y la tierra a los cuerpos. En cuanto a las palabras: para discernir a su pueblo, ¿qué otra cosa puede ser sino separar, mediante el juicio, a los buenos de los malos, como se separan las ovejas de las cabras?

Ahora da un giro el discurso y se dirige a los ángeles: Congregadle sus fieles. Es indudable que un acto de tal importancia debe ser realizado por medio de los ángeles. ¿Nos interesa saber a qué fieles reunirán ante él los ángeles? A los que sellaron -dice- su pacto con un sacrificio. En esto consiste toda la vida de los santos: sellar un pacto con Dios sobre los sacrificios. Porque o las obras de misericordia están sobre los sacrificios, es decir, deben ser antepuestas a ellos, según la expresión de Dios: Prefiero la misericordia al sacrificio154; o bien, si sobre los sacrificios significa «en los sacrificios», lo mismo que decimos acontecer «sobre la tierra» a lo que acontece «en la tierra»: en este caso las mismas obras de misericordia son sacrificios; con ellos agradamos a Dios. Recuerdo haber tratado esto mismo en el libro X155. Es con estas obras como los justos sellan el pacto con Dios, porque las hacen con miras a las promesas que se contienen en el nuevo pacto o Testamento. Por eso Cristo, una vez congregados sus fieles en su presencia y puestos a su derecha, les dirá en el juicio final: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer156, etc., lo que allí se dice de las buenas obras de los justos y de sus eternas recompensas dictadas por la suprema sentencia del juez.

CAPÍTULO XXV

La profecía de Malaquías, en la que se promulga el juicio último de Dios 
y se habla de la purificación de algunos a través de penas expiatorias

El profeta Malaquías -o Malaquí-, llamado también «Mensajero» (Angelus), y que incluso algunos lo confunden con el sacerdote Esdras, de quien se han aceptado en el canon de la Escritura otros escritos (Jerónimo afirma ser ésta la opinión de los hebreos), profetiza el último juicio con estas palabras: Mirad que viene, dice el Señor todopoderoso. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién será capaz de aguantar su presencia? Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero: se sentará como fundidor a refinar la plata, refinará y purificará como plata y oro a los hijos de Leví; y ellos ofrecerán al Señor hostias en justicia. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como en años remotos. Me acercaré a vosotros para juzgaros, y seré testigo puntual contra hechiceros, adúlteros y perjuros, contra los que defraudan al obrero de su jornal, oprimen a viudas y huérfanos, y atropellan al emigrante sin tenerme respeto, dice el Señor todopoderoso. Yo soy el Señor Dios vuestro, que no cambio157.

De la cita que acabamos de hacer se deduce la existencia evidente en aquel juicio de ciertas penas expiatorias para algunos. De las palabras: ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién será capaz de aguantar su presencia? Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero: se sentará como fundidor a refinar la plata, refinará y purificará como plata y oro a los hijos de Leví, ¿qué otra cosa se puede entender? Algo parecido dice también Isaías: Lavará el Señor la suciedad de los hombres y de las mujeres de Sión, y fregará la sangre del interior de su ciudad con el viento justiciero, con un soplo ardiente158. A no ser que digamos que quedan limpios de sus inmundicias, y, por así decir, acrisolados, cuando los malos sean separados de ellos por condenación judicial, de forma que la separación y condenación de unos sea la purificación de los otros, ya que en adelante vivirán sin estar mezclados con ellos. Pero al decir: Refinará y purificará como plata y oro a los hijos de Leví; y ellos ofrecerán al Señor hostias en justicia; entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, muestra claramente que los mismos que han de ser purificados agradarán a partir de entonces al Señor con sacrificios en justicia; ellos mismos son quienes quedarán limpios de su propia injusticia, por la que desagradaban al Señor. Las hostias ofrecidas con plena y perfecta justicia serán ellos mismos cuando se hallen purificados. ¿Qué ofrenda más aceptable a Dios podrá ser presentada por hombres así que sus propias personas? Pero esta cuestión de las penas expiatorias la dejaremos para otra ocasión con el fin de tratarla más a fondo.

Por los hijos de Leví, por Judá y Jerusalén, debemos entender la Iglesia misma de Dios, integrada no solamente por hebreos, sino por todas las demás naciones. Pero no la concibamos tal como es ahora, pues que en ella, si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y, además, no llevamos dentro la verdad159; sino una Iglesia como será entonces, purificada por el juicio definitivo, como se aventa una era por el bieldo; incluso más: una vez que se hayan purificado por el fuego quienes lo necesiten, hasta que no haya nadie que ofrezca un sacrificio por sus pecados. Porque todos los que hacen alguna de estas ofrendas, indudablemente es que están en pecado: de hecho lo ofrecen para que se les perdone; recibirán el perdón cuando hayan hecho la oblación y Dios se haya dignado aceptarla.

CAPÍTULO XXVI

Los sacrificios que ofrezcan los santos serán tan agradables a Dios 
como en los tiempos antiguos y en los años remotos

1. Queriendo Dios manifestar que su ciudad ya no tendrá la condición presente, es por lo que dijo que los hijos de Leví harán oblaciones en justicia; ya no serán hechas en pecado, y, por lo tanto, no serán por el pecado. De lo que sigue a continuación: Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén como en tiempos pasados, como en años remotos, podemos deducir que inútilmente se prometen los judíos la restauración de sus sacrificios antiguos, según la ley del Antiguo Testamento. En efecto, sus oblaciones no eran hechas en justicia, sino en pecado, cuando ofrecían víctimas primaria y principalmente por sus pecados. Y esto hasta tal punto que el mismo sacerdote, a quien, sin dudarlo, debemos tener como más justo que los demás, tenía por costumbre, siguiendo el mandato de Dios, hacer oblación primeramente por sus pecados y luego por los del pueblo160.

Entremos ya en la exposición de aquellas palabras: Como en tiempos pasados, como en años remotos. Pudiera ser que evocase aquellos tiempos de los primeros hombres en el Paraíso. Entonces, efectivamente, ofrecían sus personas a Dios como ofrendas purísimas, limpios e íntegros como estaban de toda inmundicia. Pero desde que fueron arrojados de allá por causa de su infracción, y en ellos fue condenada la naturaleza humana, si hacemos excepción del único Mediador y de algunos todavía muy niños, una vez realizado el baño del segundo nacimiento, nadie está limpio de mancha -como está escrito-, ni siquiera el niño que lleva viviendo un solo día sobre la tierra161. Y si se me replica que pueden con toda razón ofrecer víctimas en justicia los que las ofrecen con fe (puesto que el justo vive de la fe162, aunque se engañe a sí mismo diciendo que no tiene pecado, pero no lo dirá, puesto que vive de la fe)163, ¿quién sostendrá que el actual tiempo de la fe es comparable con aquel período final, cuando sean acrisolados por el fuego del juicio final los que ofrezcan víctimas en justicia? Hemos de creer que, después de una tal purificación, los justos no tendrán pecado alguno. Por ello, aquel tiempo, en lo que se refiere a la carencia de pecado, no se puede comparar con ningún otro, a no ser cuando los primeros hombres, antes de su caída, vivían en una felicidad absolutamente inocente. Me parece, pues, correcta una tal interpretación de estas palabras: Como en tiempos pasados, como en años remotos.

También Isaías, tras la promesa de un cielo nuevo y una tierra nueva, entre otras cosas que allí propone por medio de alegorías y frases enigmáticas -que no hemos expuesto debidamente para no alargarnos-, se expresa así: Los días de mi pueblo serán tan prolongados como los días del árbol de la vida164. Cualquiera que tenga un ligero contacto con las sagradas letras sabe perfectamente dónde plantó Dios el árbol de la vida, de cuyo fruto fueron apartados aquellos hombres cuando su delito los arrojó del Paraíso, quedando cercado el árbol de una terrible y flamante guardia.

2. Quizá alguien pretenda interpretar los días del árbol de la vida, evocados por el profeta Isaías, como los que actualmente vive la Iglesia; más aún, que Cristo es llamado proféticamente árbol de la vida, ya que él es la sabiduría de Dios, de la que dice Salomón: Es árbol de vida para los que la acogen165. Igualmente podría concluir que los hombres primeros no llegaron a pasar varios años en el Paraíso; fueron tan pronto expulsados de allí que no tuvieron en él ningún hijo, y, por ende, que no se puede entender como el tiempo a que aluden las palabras: Como en tiempos antiguos, como en años remotos. Es ésta una cuestión que quiero dejar a un lado para no alargarme excesivamente, ante la precisión de aclararlo todo, entrando en la explicación de la verdad para confirmar alguno de estos pareceres.

Se me ocurre otra interpretación para no creer que se nos prometió proféticamente, como si fuera una inestimable gracia, la vuelta a los tiempos antiguos y a los años remotos de sacrificios carnales. De hecho, las víctimas de la vieja ley, consistentes en toda clase de animales, eran ofrecidas, por exigencias legales, sin tacha alguna y sin el menor defecto. Significaban a los hombres santos, de los cuales solamente Cristo estuvo exento de todo pecado. Después del juicio, cuando ya estén purificados, incluso por el fuego, los que sean dignos de una tal purificación, no existirá en absoluto pecado alguno entre los santos. Se ofrecerán, pues, a sí mismos en justicia, y serán como las víctimas sin mácula y sin defecto alguno; con toda certeza será como en tiempos antiguos y como en los años remotos, cuando se hacían ofrendas purísimas como significación de esta futura realidad. Tendrá lugar entonces en los cuerpos inmortales y en las almas aquella pureza de los santos, prefigurada en la de los cuerpos de las víctimas de antaño.

3. Continúa luego hablando, pero no ya a los que son dignos de purificación, sino de condenación: Me acercaré a vosotros para juzgaros, y seré testigo veloz contra hechiceros, adúlteros, etc. Y una vez enumerados sus delitos culpables de condenación, añade: Yo soy el Señor Dios vuestro, que no cambio; como si dijera: «Aunque os haya cambiado a peor vuestra culpa, y a mejor mi gracia, yo no cambio». Afirma que Él ha de hacer de testigo, porque cuando juzgue no habrá necesidad de testigos; y se llama veloz, bien porque vendrá repentinamente, y el juicio será de extremada rapidez, precisamente por lo imprevisto de su venida, cuando parecía que tardaba demasiado; bien porque pondrá en evidencia las propias conciencias sin necesidad de largos discursos. Como está escrito: El interrogatorio del impío versará sobre sus pensamientos166; y el Apóstol dice: Con sus pensamientos, que unos les acusan y otros les aprueban, el día en que Dios juzgue lo oculto en el hombre, según el Evangelio que predico, por medio de Jesucristo167. En este sentido también es como hay que entender que será un testigo veloz: hará recordar al instante las pruebas para convencer y castigar la conciencia.

CAPÍTULO XXVII

Separación de buenos y malos: en ello consistirá la discriminación del juicio final

El pasaje que he citado en el libro XVIII de este mismo profeta168, al tratar otra cuestión, se refiere también al último juicio. Helo aquí: Dice el Señor todopoderoso: el día que yo actúe serán mi propiedad personal, y serán mis elegidos como lo es para un padre el hijo que le sirve. Y seréis convertidos y veréis la diferencia entre buenos y malos, entre los que sirven a Dios y los que no le sirven. Mirad que llega el día ardiente como un horno, y los consumirá; todos los extranjeros y los malvados serán la paja, ese día futuro los abrasará, dice el Señor todopoderoso, y no quedará en ellos raíz ni rama. Pero a vosotros, que respetáis mi nombre, os alumbrará el sol de la justicia, que cura con sus alas. Saldréis saltando como terneros que se sienten sin ataduras; pisotearéis a los malvados, que serán como ceniza bajo vuestros pies, oráculo del Señor todopoderoso169.

Una tal diferencia entre premios y castigos que separa a los buenos de los malvados, y que no vemos se dé bajo este sol, en nuestra vida tan fútil, brillará bajo aquel sol de la justicia en la revelación de la futura vida, y entonces será cuando tenga lugar un juicio como jamás hubo otro semejante.

CAPÍTULO XXVIII

Hay que interpretar la ley de Moisés espiritualmente para no dejar al sentido carnal 
que derive en comentarios indignos

Este mismo profeta, Malaquías, añade: Recordad la ley de Moisés, mi siervo, que yo le encomendé para todo Israel en el monte Horeb170, y recuerda oportunamente los preceptos y juicios, después de haber declarado que tendrá lugar una enorme discriminación entre los observadores y los despreciadores de la ley. Su intención, al mismo tiempo, era que aprendieran a interpretar la ley espiritualmente, de forma que encontrasen en ella a Cristo, el juez que establecerá esta distinción entre buenos y malos. No en vano dice el mismo Señor a los judíos: Si creyerais a Moisés me creeríais también a mí, puesto que de mí escribió él171. Entendiendo la ley con ojos carnales, sin caer en la cuenta de que sus promesas terrenas significan realidades celestiales, cayeron en aquellas murmuraciones, hasta atreverse a decir: No vale la pena servir a Dios. ¿Qué sacamos con guardar sus mandamientos y con andar humillados en pre­sencia del Señor todopoderoso? Nosotros felicitamos a los extranjeros, y prosperan todos los malvados172.

Estas murmuraciones han forzado, en cierto modo, al profeta a anunciar el juicio final, donde los malvados ni siquiera aparentemente serán dichosos; su extrema desgracia aparecerá a la luz del día. En cambio, los buenos no sufrirán desgracia alguna, ni siquiera temporal: su felicidad será evidente y sin fin. Yo antes había referido parecidas palabras de estos murmuradores: Todo el que obra mal -dicen ellos- es bueno en presencia del Señor, y éstos son los que le agradan173. Hasta este extremo -repito- llegaron en sus murmuraciones por interpretar la ley de Moisés con ojos de hombre carnal.

A este mismo propósito se dice en el salmo 72 que casi sufrió el salmista un traspiés y se resbalaron sus pisadas para caer, naturalmente, porque le entró envidia de los perversos al ver la paz de los pecadores; hasta llegar a decir, entre otras cosas: ¿Es que Dios lo va a saber; se va a enterar el Altísimo? Y a decir incluso: Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado en la inocencia mis manos? Pero para dar solución a este dificilísimo problema, que surge cuando vemos a los buenos que parecen ser desgraciados, y a los malvados felices, añade: ¡Ardua tarea la que tengo ante mis ojos, hasta que entre en el santuario de Dios y llegue a comprender los últimos acontecimientos!174 De hecho, en el juicio último no ocurrirá esto. Será la desgracia evidente de los perversos y la manifiesta felicidad de los justos la que pondrá a la vista una realidad muy distinta de la que vemos ahora.

CAPÍTULO XXIX

Vuelta de Elías antes del juicio: su predicación, al desvelar los secretos de las 
Escrituras, convertirá a los judíos a Cristo

Después de haberles advertido que tuvieran presente la ley de Moisés -previendo que iban a estar todavía mucho tiempo sin entenderla espiritualmente, como es debido-, añade a continuación: Mirad, os enviaré a Elías el Tesbita antes de que llegue el día del Señor, grande y deslumbrante, que hará volver el corazón del padre hacia el hijo, y el corazón del hombre hacia su prójimo, no sea que venga yo y extermine completamente la tierra175. Conocidísimo es el pensar y los comentarios de los cristianos acerca de la vuelta de este Elías, profeta grande y admirable, que explicará la ley en los últimos tiempos antes del juicio, y que los judíos creerán en el verdadero Mesías, es decir, el nuestro. No sin fundamento se espera que vuelva Elías, antes de la venida del Juez Salvador, puesto que con razón se cree que ahora está vivo. Es la Sagrada Escritura la que nos dice con toda evidencia que fue raptado entre los hombres en un carro de fuego176. Por eso cuando venga, dando una explicación espiritual de la ley, interpretada ahora de manera puramente humana por los judíos, hará volverse al corazón del padre hacia su hijo, esto es, al corazón de los padres hacia sus hijos. Aquí los Setenta han tomado el número singular por el plural. Éste es el sentido de tales palabras: que los hijos -los judíos- interpreten la ley como la interpretaron sus padres, los profetas, entre los cuales estaba el mismo Moisés. Y así, el corazón de los padres se volverá a sus hijos cuando la interpretación de los padres se encuentre con la de los hijos. Y el corazón de los hijos hacia sus padres, cuando estén de acuerdo los hijos con el pensamiento de sus padres. Esto dan a indicar los Setenta en su expresión: y volveré el corazón del hombre hacia su prójimo; efectivamente, entre padres e hijos hay una gran proximidad.

No obstante, en las palabras de los setenta traductores, que han traducido de un modo profético, podemos encontrar otro sentido incluso más selecto: que Elías haría volver el corazón de Dios Padre hacia su Hijo; no siendo él, claro está, el impulsor del amor del Padre hacia el Hijo, sino enseñándonos que el Padre ama al Hijo. De esta manera los judíos amarían a quien antes odiaban, a nuestro Mesías. De hecho, según los judíos, Dios en su corazón tiene ahora una gran aversión a nuestro Cristo; así lo creen. Por esta razón, para ellos volverá el corazón hacia su Hijo cuando ellos, convertidos de corazón, lleguen a saber el amor que el Padre tiene al Hijo.

En el inciso que sigue: Y el corazón del hombre hacia su prójimo, es decir, que Elías convertirá el corazón del hombre hacia su prójimo, ¿qué mejor interpretación podemos hacer que: «el corazón del hombre hacia el hombre Cristo»? Porque, a pesar de su condición divina, nuestro Dios, tomando la forma de esclavo, se dignó ser incluso nuestro prójimo. Ésta será la labor de Elías. No sea que venga yo -prosigue- y extermine completamente la tierra. La tierra son quienes tienen gustos terrenos, como los carnales judíos hasta ahora. De esta depravación tomaron su origen aquellas murmuraciones: Los malos son quienes le agradan; y también: Es inútil servir a Dios177.

CAPÍTULO XXX

En los libros del Antiguo Testamento, cuando se habla del futuro juicio de Dios, 
no aparece claramente la persona de Cristo, pero de algunos testimonios, 
donde habla el Señor Dios, se deduce que se trata, 
ciertamente, de la persona de Cristo

1. Existen otros muchos testimonios de la divina Escritura sobre el juicio último de Dios. Si los fuera a recopilar todos, me alargaría demasiado. Bástenos, pues, haber demostrado que fue predicho por las sagradas letras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Cierto que no está expresado con tanta evidencia por los testimonios antiguos como por los nuevos el hecho de que el juicio se llevará a cabo por medio de Cristo; en otras palabras, que Cristo ha de venir del cielo como juez. La razón es que, como allí dice el Señor Dios que será Él quien venga, o se nos anuncia que Dios vendrá, no se sigue que sea Cristo mismo. El Señor Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Pero no está bien que dejemos pasar este punto sin pruebas.

Preciso es mostrar en primer término hasta qué punto Jesucristo habla en los libros de los profetas como Señor Dios, y, sin embargo, aparece claramente como Jesucristo, de modo que cuando no aparece con tanta claridad y, con todo, se anuncia que el Señor vendrá al juicio definitivo, se puede entender que se trata de Jesucristo. Hay un pasaje en el profeta Isaías que prueba con toda evidencia lo que estoy diciendo. Dice Dios por el profeta: Escúchame, Jacob, Israel a quien he llamado. Yo soy el primero y yo soy el último. Mi mano cimentó la tierra, y mi diestra dio consistencia al cielo. Cuando yo los llamo, comparecen juntos. Reuníos todos y escuchad: ¿Quién les ha predicho todo esto? Como era tu amigo, he cumplido tu voluntad sobre Babilonia para exterminar la raza de los caldeos. Yo mismo he hablado y yo lo he llamado; lo he traído y he dado éxito a su empresa. Acercaos y escuchad esto: Desde el principio mi palabra no ha sido pronunciada en secreto; cuando empezaban a suceder, yo estaba allí. Y ahora el Señor Dios y su Espíritu me han enviado178. Es él mismo quien hablaba como Dios y Señor; pero no descubriríamos a Jesucristo si no añadiese: Y ahora el Señor Dios y su Espíritu me han enviado. Esto lo ha dicho según la forma de esclavo, utilizando para un acontecimiento futuro la forma temporal del pretérito, como cuando en el mismo profeta leemos: Fue conducido como oveja al matadero179. No dice: «Será conducido», sino que para designar un hecho futuro pone el verbo en tiempo pasado. Es muy frecuente este modo de expresarse en el lenguaje profético.

2. Hay en Zacarías otro pasaje que deja ver con claridad el envío del Todopoderoso hecho por el Todopoderoso: ¿quién envía a quién, sino el Dios Padre al Dios Hijo? En efecto, está escrito: Esto dice el Señor todopoderoso: Tras la gloria me ha enviado a las naciones que os han despojado, porque el que os toca a vosotros es como si tocara la niña de su ojo. Yo agitaré mi mano contra ellos, y serán botín para quienes habían sido sus esclavos. Sabréis así que es el Señor omnipotente quien me ha enviado180. He aquí que el Señor todopoderoso dice haber sido enviado por el Señor todopoderoso. ¿Quién se atrevería a poner estas palabras en boca de otro que no fuera Cristo, dirigidas, no hay duda, a las ovejas extraviadas de la casa de Israel? Dice, efectivamente, en el Evangelio: No he sido enviado más que a las ovejas descarriadas de la casa de Israel181: Aquí las compara a las pupilas de los ojos de Dios, llevado de su intenso sentimiento de amor; los mismos apóstoles estaban entre esta clase de ovejas. Pero tras la gloria de su resurrección -de ella dice el evangelista antes de que sucediera: Jesús todavía no había sido glorificado-182 también fue enviado a las naciones en la persona de sus apóstoles, cumpliendo así la palabra del salmo: Me libraste de las contiendas de mi pueblo, me hiciste cabeza de naciones183. De esta manera, los que habían despojado a los israelitas y a quienes los israelitas habían servido en sus períodos de sumisión a las naciones no serían a su vez despojados, sino más bien sus personas se habían de convertir en el botín de los israelitas. Esto es lo que les había prometido a los apóstoles: Os convertiré en pescadores de hombres; y a uno de ellos: Desde ahora -le dijo- serás pescador de hombres184. Serían, por lo tanto, su botín, pero en buen sentido, como el ajuar arrebatado a aquel fuerte, atado más fuertemente aún.

3. Dice también el Señor por boca del mismo profeta: Aquel día me dispondré a aniquilar a todas las naciones que invaden a Jerusalén; sobre la dinastía davídica y los vecinos de Jerusalén derramaré un espíritu de compunción y de pedir perdón. Y me mirarán por haberme insultado, y se lamentarán sobre él como se lamenta al ser más querido, y lo llorarán como se llora a un hijo único185. ¿De quién es propio, más que de Dios, eliminar de Jerusalén a todas las naciones que vienen contra ella, esto es, que le son contrarias o, como han traducido otros, que vienen sobre ella, es decir, a someterla? ¿A quién pertenece derramar sobre la dinastía de David y sobre los vecinos de Jerusalén un espíritu de compunción y de petición de perdón? A sólo Dios, naturalmente, y en nombre de Dios habla el profeta. Sin embargo, Cristo se da a conocer como este Dios que realiza tan grandes y divinas obras, añadiendo: Y me mirarán por haberme insultado, y se lamentarán por él como se lamenta al ser más querido (o amado), y lo llorarán como se llora a un hijo único. Porque en aquel día los judíos, incluso los que hayan de recibir el espíritu de gracia y de arrepentimiento, se arrepentirán de haber insultado a Cristo en su pasión, al verlo venir con toda majestad, y reconocerán que es el mismo de quien se burlaron por sus antepasados antaño, cuando se presentó con humilde apariencia. También sus predecesores, autores de tamaño sacrilegio, lo verán cuando resuciten, pero será para su castigo, no ya para su corrección.

No es a ellos a quienes se aplican estas palabras: Y sobre la dinastía davídica y sobre los vecinos de Jerusalén derramaré un espíritu de compunción y de pedir perdón. Y me mirarán por haberme insultado; estas palabras aluden a los descendientes de su raza, quienes llegarán a la fe en ese tiempo final por obra de Elías. Pero lo mismo que decimos a los judíos: «Vosotros matasteis a Cristo», aunque han sido sus antepasados quienes lo hicieron, así también éstos lamentarán haber cometido de algún modo lo que cometieron los padres de su propia raza. Y aunque, una vez recibido el espíritu de misericordia y de perdón, creyentes ya, no han de ser condenados con sus impíos padres, no obstante, lamentarán, como cometido por ellos, el crimen cometido por sus padres. Su dolor no será de remordimiento por un crimen; lo será por un sentimiento de piedad.

La frase que la versión de los Setenta transmite así: Y me mirarán por haberme insultado; la da el texto hebreo con esta otra versión: Me mirarán traspasado por ellos. En este verbo se descubre con mayor evidencia la alusión a Cristo crucificado. En cambio, los insultos que los Setenta prefirieron expresar no faltaron en toda la Pasión. Lo insultaron al apresarlo, cuando lo ataron, cuando lo arrastraron por los tribunales, cuando lo vistieron con un manto ultrajante e ignominioso, y lo coronaron de espinas, y le golpearon la cabeza con la caña, y lo adoraron de rodillas entre carcajadas, y cuando llevaba su propia cruz y cuando colgaba del madero. Y si nos quedamos con ambas traducciones y las unimos, leyendo así: por haberme insultado y por haberme traspasado, estamos reconociendo más plenamente la verdad de la Pasión del Señor.

4. Por esta razón, cuando en los libros proféticos se nos descubre que Dios ha de venir a realizar el juicio final, aunque no se precise más, debemos aplicárselo a Cristo en razón únicamente del juicio, puesto que, aunque el Padre haya de juzgar, juzgará sirviéndose de la venida del Hijo del hombre. El Padre, por la manifestación de su presencia, no juzga a nadie, ha delegado toda potestad de juzgar en el Hijo186, que se manifestará como hombre para juzgar, del mismo modo que como hombre fue juzgado.

¿Quién es el otro de quien Dios, por boca de Isaías, habla nuevamente bajo el nombre de Jacob y de Israel, de cuya estirpe ha tomado Cristo su cuerpo? He aquí el texto: Mirad a Jacob, mi siervo: yo lo acojo; a Israel, mi elegido: mi alma lo ha encumbrado. Sobre él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones. No gritará ni se callará, ni voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el Derecho. Resplandecerá y no se dará por vencido hasta implantar en la tierra el Derecho187. En su nombre pondrán su esperanza las naciones. En el texto hebreo no vienen Jacob ni Israel. Pero como en él se lee mi siervo, la versión de los Setenta, seguramente, queriéndonos inculcar esta interpretación, o sea, que todo esto está dicho por razón de la forma de esclavo en la que el Altísimo se manifestó con las apariencias más humildes, expresaron el nombre de esa persona para significar al que proporcionó, por la raza, esa misma forma externa de siervo.

Sobre Él descendió el Espíritu Santo, hecho que se manifestó en la aparición de una paloma, según nos atestigua el Evangelio188. Proclamó el Derecho (el juicio) a las naciones al anunciar con antelación que había de tener lugar, cosa que las naciones ignoraban. Tal era su mansedumbre que no gritó, pero tampoco dejó de predicar la verdad. Su voz no se oyó fuera, ni se oye, dado que los miembros desgajados, que están fuera de su cuerpo, no le obedecen. Y a los judíos, sus perseguidores, comparados a una caña cascada, por haber perdido ya su fuerza, y a una mecha humeante, porque habían perdido la luz, no los quebró, no los apagó: los perdonó quien aún no había venido a juzgarlos, sino a ser juzgado por ellos.

Él proclamó el Derecho con fidelidad, anunciándoles con antelación el juicio en el que serán castigados si se mantenían en su perversidad. Resplandeció su rostro en la montaña189, y su fama por toda la Tierra. No fue quebrantado ni aniquilado, porque ni en su persona ni en su Iglesia se ha rendido a sus perseguidores hasta desaparecer. Por lo tanto, ni ha ocurrido ni ocurrirá lo que sus enemigos han dicho o dicen: ¿Cuándo va a morir y a extinguirse su nombre?190 Hasta que implante el Derecho en la tierra. Ya está al descubierto lo que buscábamos oculto: este Derecho es el juicio definitivo, que Él implantará en la tierra cuando venga del cielo. Vemos cumplida en Él la última parte de la cita: En su nombre pondrán su esperanza las naciones. ¡Que al menos las pruebas evidentes que no se pueden negar obliguen a creer en lo que se niega con la más desvergonzada ligereza! ¿Quién iba a esperar que hasta aquellos que todavía rehúsan creer en Cristo están viendo lo que nosotros vemos, y, al no poder negarlo, rechinan los dientes y se consumen de rabia? ¿Quién, repito, iba a esperar que las naciones pusieran su esperanza en el nombre de Cristo cuando era detenido, atado, golpeado, burlado, crucificado, cuando incluso sus mismos discípulos perdieron la esperanza que habían ya comenzado a tener en Él? Lo que entonces apenas un ladrón esperó sobre la cruz, ahora lo esperan los pueblos extendidos por toda la Tierra, y para evitar la muerte eterna, se signan con aquella misma cruz en la que Él recibió muerte.

5. No hay ya quien niegue ni quien ponga en duda que tendrá lugar un juicio final por medio de Cristo Jesús, tal y como se predice en las sagradas letras, a no ser que no se crea en ellas por no sé qué inexplicable animosidad o ceguera, pese a que ya han dejado constancia de su veracidad en toda la redondez de la Tierra. Sabemos que en aquel juicio, o por entonces, sucederán los siguientes hechos: la vuelta de Elías el Tesbita, la conversión a la fe de los judíos, la persecución del Anticristo, la actuación de Cristo como juez, la resurrección de los muertos, la separación de buenos y malos, la conflagración del mundo y su renovación. Es preciso creer que todo esto tendrá lugar. Pero el modo de su realización y el orden de su acontecer lo irán manifestando la experiencia de los hechos, más bien que ahora la inteligencia humana y su capacidad de descubrirlo con exactitud. Mi opinión, no obstante, es que todo sucederá en el orden que acabo de enumerar.

6. Dos libros nos restan de esta obra para cumplir lo prometido con la ayuda de Dios. Uno sobre el suplicio de los malos, y el otro sobre la felicidad de los justos. En ellos, sobre todo, refutaremos, según el don de Dios, los argumentos humanos de quienes, en su pobreza, se creen sabios al denigrar las predicciones y las promesas de Dios, y desprecian las fuentes de nuestra fe como algo inventado y ridículo. En cambio, los que tienen una sabiduría a la medida de Dios, de todo lo que parece increíble a los humanos, pero contenido en las santas Escrituras, cuya verdad está confirmada de tantas maneras, hacen la máxima garantía de la omnipotente veracidad de Dios. Su convicción es plena de que en ellas no es posible que Dios mienta y de que pueden lograr lo que a los ojos de un infiel es imposible.

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