stoy profundamente convencido de que la necesidad de rezar, y de hacerlo continuamente, no se funda tanto en nuestro deseo de Dios, sino en el deseomargaritasde Dios hacia nosotros. Los pensamientos y esfuerzos apasionados de Dios hacia nosotros nos estimulan a rezar. La oración surge de la iniciativa de Dios, no de la nuestra.
“Nos quejamos de que Dios no se nos hace presente en los pocos minutos que le dedicamos a Él.
Pero, ¿cómo se comporta Él con nosotros las veintitrés horas y media en las que golpea a nuestra puerta y nosotros respondemos: Lo siento, estoy muy ocupado? ¿O cuando no respondemos porque ni siquiera oímos golpear a la puerta de nuestro corazón, de nuestra alma, de nuestra conciencia, de nuestra vida?
Esta situación hace que no tengamos derecho a quejarnos de la ausencia de Dios, porque durante gran parte del día estamos más ausentes de lo que Él lo está”.
¿Quién necesita más nuestra oración: nosotros o Dios? Dios. ¿Quién quiere ser escuchado: nosotros o Dios? Dios. ¿Y quién “sufre” más intensamente por la falta de nuestra oración: nosotros o Dios? Lo digo con vergüenza, pero sin temor: Dios. Mientras continuemos haciendo de la oración un acto ocasional de religiosidad, nos alejaremos del misterio del amor celoso de Dios, nos alejaremos del amor en el que fuimos creados, redimidos y sanados”
Henri NOUWEN, El lenguaje del corazón