Foto: REUTERS/Albert Gea
Los obispos, los abades de Montserrat y Poblet o la Comunidad de Sant’Egidio piden moderación ante la situación «delicada de estos días». El cardenal Omella dice a Alfa y Omega: «Toca caminar juntos y ver lo bueno que tienen unos y otros»
Casi 400 clérigos defienden la celebración del referéndum y escriben al Papa para que así se lo pida al Gobierno de España. Un sacerdote contrario al procés dice que lo que hay que hacer es campaña por la independencia política de la Iglesia
Decía Aristóteles que en el término medio está la virtud. Y a esta parece aspirar la Iglesia que comparte estos días momentos históricos, por «difíciles y preocupantes», con el pueblo catalán. Un delicado equilibrio que, al menos, los obispos, sus pastores, han mantenido en los últimos días, por activa y por pasiva, que pone sus cimientos en la necesidad de diálogo y de la no confrontación. Así lo expresaron la pasada semana desde la Conferencia Episcopal Tarraconense (CET), que aglutina a todos los obispos de la región, o los significativos monasterios de Montserrat y Poblet a través de notas públicas en las que también reclamaban, genéricamente, respeto a los derechos y a las instituciones. «Con toda humildad, solicitamos a los gobernantes de Cataluña y España un ejercicio de máxima prudencia y responsabilidad para un diálogo constructivo», decían los abades. Es la línea que se ha marcado también el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, desde hace tiempo y que ha corroborado en sus intervenciones, la última, en la Eucaristía en honor a la Virgen de la Merced, en la que reunió al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y al representante del Gobierno central en Cataluña, Enric Millo, y en cuya homilía reclamó seny a toda la sociedad, desde los dirigentes a las familias, pasando por los sacerdotes. El propio Omella confesó un día después a Alfa y Omega que, «en estos momentos difíciles», toca «caminar juntos, ver lo bueno que tienen unos y otros, que lo hay, y no creerse que uno siempre tiene la razón». Lo mismo que el presidente de la CET y arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, que explicó a este semanario que su pretensión, como obispos, es la de ser instrumentos de «concordia». «Queremos servir a todos y no debemos ni queremos tomar opciones políticas», agregó.
Esta posición episcopal de prudencia, que ya se puso de manifiesto el pasado 11 de septiembre, coincidiendo con la Diada tiene, en parte, una réplica en el conjunto de la Iglesia en Cataluña. En parte, porque, como en el resto de la sociedad, las posiciones son diversas. Cada vez más polarizadas, a medida que se acerca la fecha del referéndum que el Tribunal Constitucional declaró como ilegal.
En este sentido, es novedoso el pronunciamiento de la Comunidad de Sant’Egidio que, en una especie de basta ya, reclama que no se deje «pasar más tiempo». «Solo un diálogo verdadero y razonable que incluya a todas las partes permitirá encontrar una salida a esta crisis. El diálogo no debilita la identidad de nadie y permite redescubrir lo mejor de uno mismo y del otro. No se va a perder nada con el diálogo y permitirá evitar aquellos choques que pueden abrir nuevos abismo», se lee en el comunicado. En este contexto, se dirige especialmente a los responsables del Gobierno de España y de la Generalitat para que establezcan el diálogo, que define como «el arte que, a pesar de las diferencias o desencuentros, nos permite vivir juntos».
División social y eclesial
Mientras crece la tensión política –el punto álgido se produjo la semana pasada con la detención, por orden de un juez, de dirigentes del Gobierno catalán por la preparación de la citada consulta–, la sociedad vive en una calma tensa, con una cierta división entre aquellos que o bien defienden el derecho a decidir o directamente la independencia, muy movilizados y cohesionados, y los que se mantienen al margen, en silencio porque no tienen una alternativa que les ilusione o no se atreven a tomar postura contra el denominado procés.
¿Y en la Iglesia? «Se vive lo mismo», confiesa un cristiano militante en el PSC y que prefiere mantener el anonimato. «A nivel eclesial, el independentismo está muy movilizado gracias a cuatro o cinco entidades muy minoritarias», afirma, al tiempo que explica que el resto de la comunidad eclesial vive «expectante, huérfana de una opción política en la que encuentre acomodo». Si bien cree que existe división dentro de la Iglesia catalana, la considera relativa, pues hay parroquias de clases medias muy volcadas con el independentismo, «en la que se cuelgan esteladas», y otras de barrios populares, donde «están a otras cosas». Partidario de una vía conciliadora, expone que si se toma la bandera de la independencia desde las parroquias, estas corren el riesgo de «vaciarse», como sucedió en otro tiempo con la izquierda. «Se nutrían de las iglesias, que quedaron vacías», explica.
Está claro que la voz que más se ha escuchado en los últimos días dentro de la Iglesia catalana es la de aquellos que están a favor del derecho a decidir. Las reacciones se sucedieron tras las ya citadas detenciones de la semana pasada. Primero fueron una serie de instituciones las que mostraron su «apoyo a las instituciones catalanas y el rechazo a las actuaciones del Estado español contra la democracia y el estado de derecho». Entre ellas estaba la Junta Directiva de la Unión de Religiosos de Cataluña, cuyo presidente, el claretiano Màxim Muñoz, explicó a Alfa y Omega que a pesar de que hay diversidad de opiniones en la Iglesia sobre esta cuestión –tan «visceral y sensible, difícil de hablar con serenidad–, el clima que se respira es de respeto. Aunque reconoce un silencio sobre el tema que, a veces, lamenta. «Me cuestiona que esta visceralidad nos impida hablar. Tenemos que pensar cómo abordar esto como cristianos», añade. El padre Màxim defiende, a nivel personal, la legitimidad de la identidad nacional de Cataluña y de que de ella se deriven una serie de derechos. Más aún, afirma que esta legitimidad se sostiene en la doctrina social de la Iglesia y en la aplicación que de ella han hecho los obispos de Cataluña. La solución, en su opinión, pasa por algún tipo de mediación, porque «se han acentuado demasiado las divergencias».
Luego llegó el manifiesto suscrito por sacerdotes y diáconos de Cataluña; primero, 300, y al cierre de esta edición, casi 400. El texto, que impulsó el párroco de Calella, Cinto Busquet, dio un paso más al afirmar que, movidos por «valores evangélicos y humanísticos», el referéndum es «legítimo y necesario». Se dicen, también, «en sintonía con los obispos». Tanto Busquet como otro de los firmantes, el monje de Montserrat Sergi d’Assis, dedicaron parte de su homilía del último domingo a hablar de la situación política de Cataluña. El segundo, el que más eco mediático tuvo, denunció represión, vulneración de derechos y falta de libertad: «Con la que está cayendo estos días no podemos ni debemos mirar a otro lado ni dejarnos arrastrar por la posverdad que tergiversa la realidad». Estos mismos sacerdotes decidieron enviar esta misma semana una carta al Papa Francisco para que pida al Gobierno de España «que recapacite y permita al Gobierno catalán realizar la consulta del 1 de octubre».
Independencia de la Iglesia
También desde el anonimato atiende a Alfa y Omega un sacerdote que se siente catalán y español. Vive en una zona con mayoría independentista y más de una vez se ha tenido que «morderse la lengua». Está preocupado y, por ello, estos días ha añadido a la oración de los fieles una para que la tensión no vaya a más, pues ve cómo se está fracturando la sociedad. Cree que la implicación de algunos miembros de la Iglesia en el procés traerá consecuencias negativas: «El independentismo se ha situado, especialmente a través de personas ligadas a la antigua Convergencia, en muchos consejos parroquiales. Y varias de estas personas, al ocupar cargos políticos, en vez de evangelizar, el partido les ha evangelizado a ellos». También lo relaciona con la postura de algunos párrocos: «Veo que si un sacerdote habla de política aleja a los contrarios sin conseguir atraer a los de su cuerda. Y el resultado es una menor afluencia de fieles y, lo más grave, un alejamiento de las almas de Dios». «Los curas –concluye– hemos de hacer campaña por la independencia política de la Iglesia».
De esta misma opinión es Daniel Arasa, presidente de la Plataforma por la Familia de Cataluña, vinculado al Opus Dei. Cree que el papel de la Iglesia debe ser de «moderación», que «suavice las tensiones» y trabaje por que la política «no enfrente a las familias». De hecho, cree que las consecuencias que está provocando la convocatoria el referéndum «se mantendrán durante mucho tiempo». Su posición personal es contraria al procés, aunque reconoce que la falta de proyecto de España también ha contribuido a que se haya llegado a esta situación. Para Borja Medina, laico que vive en Barcelona, la Iglesia debe mantenerse al margen de la política y estar «con las personas, estén cómo estén y dónde estén». No pide a los pastores pronunciamientos sobre cuestiones políticas, sino que se «ocupen de las cosas de Dios» y reconoce el poder de la fe para unir: «Cuando acudo a la Iglesia me gusta ver cómo el amor de Cristo es lo más importante, más importante que todo lo demás».
En medio de esta crisis, la voz de la filóloga Elvira Roca, que ha investigado en el CSIC e impartido clases en Harvard, es optimista. «La situación ha llegado a un punto de saturación y ya solo puede mejorar. Saldremos de esto, pero no gracias a nuestros dirigentes políticos, sino a los españoles, que han demostrado a lo largo de la historia una gran sensatez».
Fran Otero @franoterof
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