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sábado, 4 de marzo de 2017

Unir mi cruz a la de Cristo

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Hoy, en la parroquia, celebraremos por la tarde el primer Via Crucis de la Cuaresma. Me han concedido el pequeño honor de portar la Cruz y me siento así como un humilde Cireneo. Pongo ante el Señor esta distinción que implica cargar la Cruz del Señor y mi propia cruz en este camino espiritual acompañándole en su camino hacia el Calvario.
La Cruz de Jesús no es sólo el madero que Él portó hasta el Gólgota. No es únicamente el leño en el que murió por nuestra salvación. La Cruz de Cristo es mucho más. Es la cruz del abandono, de la soledad, de la deshonra, de las vejaciones, del olvido, de los insultos, del sufrimiento… La cruz como sacrificio. La cruz como perdón. La cruz como evidencia del Amor de Dios. Y la cruz como Victoria. El padecimiento de Cristo por mis ingratas acciones y mis egoístas comportamientos contra los demás, contra mi mismo y contra Él.

Cada ser humano es, individualmente, el único responsable de la Cruz de Cristo. Mi cruz, a diferencia de la Cristo, no es el madero que llevaré hoy recorriendo las diferentes estaciones del Vía Crucis. Es la que debo tomar cada día para seguir a Jesús. Es la cruz de la incomprensión, de los problemas familares, laborales o económicos; de los agotamientos y cansancios cotidianos; de las injusticias que puedo padecer; de las deslealtades que en algún momento sufriré; de los pequeños fracasos en las luchas contra mi egoísmo, soberbia, pereza, tibieza, avaricia…; de la falta de caridad o de servicio a los demás; de las comodidades antes de hacer lo que corresponde… No es una cruz para lucir sino para vivir. Es una cruz que me compromete a vivir entregado a los demás por amor y con amor. Al igual que hizo Jesús.
Mi cruz, regalo de Dios, es saber llevar la cruz cotidiana, aceptar todos y cada uno de mis fracasos, desánimos, desgracias, tristezas y mis dolores, no con amargura sino como cercanía al Señor. Es unir mi cruz con la de Cristo. Es no hacer sufrir a los demás con las amarguras de mi vida. Cristo gimió en la Cruz pero de sus labios no surgió en ningún momento un lamento de auto-compasión.
Llevar mi cruz a imitación de Jesús es aceptar que mueran en mi vida tantas cosas mundanas que son intranscendentes y morir yo mismo en aquello que me separa de Dios.
Llevar mi cruz unida a la de Jesús es aceptar con alegría el gran obsequio que Dios me ofrece para aceptar aquello que más me conviene y que no se ajusta a mi deseo y mi voluntad. Tomar la cruz es dejarse sorprender por el Señor. Es vivir conforme a la fe, a la confianza y a la esperanza. Porque después de la Cruz surge, resplandeciente, la luz de la Resurrección.

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¡Señor, durante esta cuaresma, deseo coger mi cruz cotidiana y seguirte confiado sin quejarme y con alegría! ¡Quiero unirme a tu Cruz, Señor, con mi propia cruz sin poner cruces a los demás! ¡Ayúdame a entender, Señor, que si me invitas a tomar la cruz es porque es bueno para mí! ¡Quiero que me ayudes a ser tu Cirineo! ¡Concédeme la gracia de entender con la inspiración de tu santo Espíritu que no debo ser yo el patrón y el criterio para valorar lo que es bueno o malo para mí sino sólo seguir el camino que Tú me marcas! ¡Ayúdame a recordar que Dios saca siempre bien de toda cruz! ¡Quiero ser tu discípulo, Señor, por eso quiero negarme a mi mismo, tomar la cruz cotidiana y seguirte fielmente! ¡Ayúdame a no apartar mi mirada de quienes llevan sus cruces cotidianas, las cruces de la soledad, de la tristeza, de los problemas, de los sufrimientos, de la injusticia y de la falta de paz interior! ¡Ábreme, Señor, los ojos a tantas personas heridas y hazme sensible a sus gritos de auxilio! ¡Ayúdame a cargar también su cruz para que sientan el calor de mi presencia y de mi fraternidad! ¡Pero sobre todo, Señor, no permitas que permanezca impasible ante tu Cruz! ¡Concédeme la gracia de amarla, de aceptarla y de llevarla en silencio!

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