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LA DEVOCIÓN A MARÍA
EN SAN FRANCISCO Y SANTA CLARA DE ASÍS
por Leonardo Lehmann, capuchino
María, virgen hecha Iglesia
Francisco no separa la alabanza de María de la alabanza a la Trinidad, que la ha escogido y la ha adornado de gracia por encima de toda criatura. Ni siquiera en su singular relación con Cristo, María ha sido separada de las otras dos personas divinas. Toda la Trinidad es la que obra y trabaja en María. Francisco, ni a nivel divino ni a nivel humano, contempla a María en sí misma: ella es vista en estrecha relación con el Dios uno y trino, y a la vez con la Iglesia y con el género humano.
«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (SalVM 1-3).
El descubrimiento de la versión original [«María, virgen hecha iglesia» en lugar de «María siempre virgen»] arroja luz sobre la devoción mariana y eclesial del Santo de Asís. Los dos elementos, María y la Iglesia, han de verse en unidad y en mutua compenetración. Para Francisco, María es, en cierto modo, la primera iglesia consagrada por el Señor uno y trino.
Encontrándose en la capilla de la Porciúncula, en la cual y por la cual ha sido compuesto probablemente el Saludo, Francisco, juglar del Gran Rey y ahora de la santa Reina, eleva casi espontáneamente una alabanza a María. «Santa María de los Ángeles era para él no solamente la iglesita que había reparado y que tanto amaba, sino también la persona de María misma presente en aquel santuario, con los ángeles alrededor» (Pyfferoen-Asseldonk).
Como es consagrada aquella iglesita, así, en sentido más profundo, María es consagrada por el Padre, ya que la ha hecho virgen-madre del Hijo y tabernáculo del Espíritu Santo. María es la virgen hecha iglesia. A través del edificio concreto de la iglesita, Francisco piensa en María y, a través de María, en la Iglesia. María, al mismo tiempo virgen y madre de Dios, llega ser tipo de la Iglesia, imagen primordial de la Iglesia virgen y madre. Un concepto que nos es familiar gracias al descubrimiento del Concilio Vaticano II que, sobre la pista de los Padres, define a la Iglesia como «virgen y madre»: virgen en la escucha de la Palabra de Dios, y madre en la generación de nuevos hijos por medio de su apostolado.
Para Francisco, una iglesia y un altar es, ante todo, un lugar en el que se repite y se prolonga el prodigio de la Encarnación del Hijo de Dios -como una vez por medio de la Virgen, así ahora por medio del sacerdote-:
«Ved que diariamente se humilla, como cuando desde el trono real vino al útero de la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; diariamente desciende del seno del Padre sobre el altar en las manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero» (Adm 1,16-21).
Por eso, se puede ver también en el Saludo a la Virgen una oda a la Iglesia. Aunque contenga una sola vez el término «iglesia», ella ofrece las motivaciones más profundas por la conocida sumisión y fidelidad de Francisco a la Iglesia (1 R 12,4; Test 6).
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