creekgoose AMY BURKE 6 FEBRERO, 2017 GUARDAR EN MI LISTA DE LECTURA
Me crié pensando que una relación con Dios era una transacción: concedía a Dios cantidades muy mínimas de mi tiempo y oración y supuestamente yo “recibiría” algo a cambio de Él. Suponía que recibiría una sensación, una palabra, una visión.
Tampoco ayudaba que mi Ministerio de la Juventud pusiera un gran énfasis en el hecho de que la desolación espiritual no era normal y en que, si lo intentabas, podías recibir algo de Dios y de hecho lo recibirías.
Durante mis años de estudiante me sentí ignorada por Dios. “Debo de ser demasiado pecadora”, pensaba. A mi alrededor todo el mundo tenía una historia que contar, una revelación que compartir. Yo no me sentía identificaba. Las palabras “atea” y “agnóstica” revoloteaban en mi mente. Me resultaban extrañas, pero satisfactorias. “Dios, si estás ahí, ¡esto es lo que hay!”, decía. “¡Así aprenderá! ¡No Le necesito!”.
Eso fue hace tres años y desde entonces he encontrado mi fe. Sin embargo, todavía tengo inmensos problemas con el sentimiento de que Dios no me ve, no me escucha o no me ama totalmente. Aquí ofrezco algunos consejos que me han servido para superar una de las experiencias espirituales más dolorosas: la desolación.
El ejemplo de la madre Teresa (Santa Teresa de Calcuta)
La madre Teresa es conocida por su experiencia de desolación espiritual. “Estoy convencida”, decía, “de que un solo momento es suficiente para rescatar toda un existencia miserable, una existencia que tal vez se creyó inútil”. Con la breve experiencia que tuvo sintiendo la presencia de Dios, supo que lo que había recibido era gracia y que era real.
Nos muestra cómo deberíamos ver aunque solo fuera un único momento del amor de Dios como un regalo por el que habrá merecido la pena toda una vida de miseria. Ella miraba atrás y veía cómo Dios había obrado en su vida y aquello la alimentaba, la empujaba a seguir adelante durante sus años desolados.
Miremos, como hacía santa Teresa de Calcuta, esos momentos en los que encontramos íntimamente a Cristo y, en vez de ansiar más, agradezcamos a Dios por lo que ya nos ha concedido; luego, avancemos para expandir el reino de Dios aquí en la tierra.
Adoración y oración
Recientemente tuve una experiencia en adoración que nunca olvidaré. Después de hablarle a una monja dominica sobre mi desolación espiritual, fui a adoración para aplicar algunos de sus consejos. Me dijo que tal vez podía probar únicamente con permanecer ante Él, con descansar en Su sagrada presencia, en vez de intentar atrapar un vistazo de Dios.
Así que voy a adoración y allí estoy a los pies de Jesús. Y como una esclusa abierta, empieza a brotar de mí una oración. “Dios, estoy cansada. Vengo siempre aquí a buscar algo, a asirme a algo, a acercarme a algo. Ni siquiera sé qué es lo que busco. Estoy consumida. Supongo que solo quiero confirmar lo que el mundo me dice de que Tú me amas. Es agotador, Señor. ¡Estoy exhausta! Te entrego esto. Ya no lo quiero. Llévatelo de mí. Y que Tú seas suficiente para mí. Déjame descansar en Ti y no tener expectativas sobre lo que pueda recibir”.
Por fin me sentía libre; no de la desolación, sino del estrés de intentar resistirme constantemente. Ahora me siento libre estando en desolación. Me siento libre para dejar la vergüenza en la puerta. Me siento libre para dejar de luchar en los rincones de mi alma desolada, tratando escapar. Ahora puedo ser, simplemente.
Presentarnos ante Jesús y concederle nuestros esfuerzos nunca será un tiempo perdido. Encontremos tiempo para ir ante Él y sacrificarle las inseguridades que nos trae la desolación. La libertad resultante es mayor de la que pudiéramos imaginar.
Y por último… considéralo un regalo.
San Ignacio, en sus Reglas de discernimiento del espíritu, primero dice que si no estamos intentando hacer que las cosas funcionen con Dios, no funcionarán. Y lo que es más importante, dice que la desolación puede ser permitida por Dios para ver cuán lejos avanzamos en la fe, incluso en el desierto de nuestras almas, para traer a Dios gloria y alabanza.
Lo tercero que dice es que puede ser una forma de hacernos ver que el consuelo es un don verdadero que solo Dios puede dar. Al decir que el consuelo es un don, Ignacio insinúa que la desolación es algo crucial en nuestro reconocimiento del consuelo no como un premio o algo que ganamos y recibimos cada vez que rezamos, sino más bien como un regalo obvio de Dios. Por ello, veamos la desolación como un regalo que nos permite darnos cuenta de esto.
Así que, sí, es fácil “rendirse”. Es fácil tener envidia. Y es difícil perseverar y entregar a Dios todo lo que tenemos, incluso si sentimos que no estamos recibiendo precisamente todo lo que creemos que necesitamos. Es difícil coger nuestra Biblia y decir: “Dios, Te concedo este tiempo porque quiero promover Tu reino al margen de la condición en que estén mi corazón y mi alma”.
Todos sufrimos. Todos tenemos una cruz que cargar, grande o pequeña. ¿Por qué no aceptar la cruz como una oportunidad de santificación? ¿Una oportunidad para mostrar a Dios que Él merece nuestro esfuerzo, nuestro dolor y nuestra perseverancia constante?
Así pues, seamos como la madre Teresa y como tantísimos otros santos y santas que luchan por la santidad cuando es más difícil la lucha. Cuando es más difícil rezar. Y cuando es más difícil alzar los ojos hacia Aquel que nos ama.
Dios, ayúdanos a ser santos con esta lucha.
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