Cristo un amor exclusivo e incluyente
Diác Jorge Novoa
Son muchos los pasajes evangélicos en los que se visualiza la exigencia del
camino que el Señor nos propone, recordemos aquel que presenta la
exigencia de la vocación apostólica (Lc 9), a los que son llamados se los
invita, frente a diversos pedido que éstos realizan, “que dejen que los
muertos entierren a sus muertos” e incluso se trata de disuadir de la
solicitud para despedirse de los familiares, afirmando que “no se puede
poner la mano en el arado y mirar para atrás”. Exigente.
Nada puede anteponerse a la respuesta del llamado que el Señor realiza, ni
aún lo que humanamente consideramos bueno. Ante ésta situación única y
vital, cada cosa se debe ubicar en el lugar que le corresponde. El Señor
reclama nuestro amor de modo pleno y total, y espera que le respondamos
sin reservas. Reclama exclusividad. Seguramente esto te resultará un tanto
desconcertante, pero es así, no está dispuesto a recibir de nuestra parte
una respuesta parcial. Reclama nuestro amor con exclusividad. Él pide
un amor exclusivo pero no excluyente.
En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que hoy con
frecuencia se exalta, el compromiso primero e irrenunciable del discípulo es
la respuesta al Señor. Su amor lejos está del egoísmo, y su exigencia, tiene
especial resonancia para nosotros. No busca por el amor ejercer un dominio
egoísta, sino liberarnos de nuestros egoísmos. Al responderle a Él, de modo
exclusivo, nuestros amores humanos son ahora inundados por la presencia
de este amor que manifiesta la verdad sobre las realidades de nuestra
existencia. Su amor exclusivo es incluyente.
“La caridad, según el Catecismo (nª 1822) es la virtud teologal por la cual
amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios”. Amar a Dios sobre todas las
cosas, es la dimensión de exclusividad que debe tener nuestra respuesta, y
al prójimo por amor de Dios, manifiesta la dimensión incluyente que
produce en nosotros esta relación.
Resulta comprensible la exigencia del Señor, ella brota de la verdad que
comunica este amor, el cual somos invitados a vivir, puesto que solamente
en él podemos sanar nuestro amor humano herido por el pecado, y ante la
posibilidad de sanar este mal radical todo debe deponerse. “No anteponer
nada ante el amor de Cristo”.
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