SÁBADO DENTRO DE LA OCTAVA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Apóstoles
Semidoble
(ornamentos encarnados)
"Los constituirás príncipes sobre toda la tierra,
se acordarán de tu nombre, oh Señor,
por todas las generaciones."
(Salmos XLIV, 17-18)
Lección
En aquellos tiempo el rey Herodes empezó a perseguir a algunos de la Iglesia; y mató a espada a Santiago, hermano de Juan. Viendo que esto agradaba a los judíos, tomó preso también a Pedro. Eran entonces los días de los Ázimos. A éste lo prendió y lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de soldados de a cuatro hombres cada uno, con el propósito de presentarlo al pueblo después de la Pascua. Pedro se hallaba, pues, custodiado en la cárcel, mas la Iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él. Cuando Herodes estaba ya a punto de presentarlo, en aquella misma noche Pedro dormía en medio de dos soldados, atado con dos cadenas, y ante las puertas estaban guardias que custodiaban la cárcel. Y he aquí que sobrevino un ángel del Señor y una luz, resplandeció en el aposento, y golpeando el costado de Pedro lo despertó, diciendo: “Levántate presto”. Y se le cayeron las cadenas de las manos. Díjole entonces el ángel: “Cíñete y cálzate tus sandalias”; y lo hizo así. Díjole asimismo: “Ponte la capa y sígueme”. Salió, pues, y le siguió sin saber si era realidad lo que el ángel hacía con él; antes bien le parecía ver una visión. Pasaron la primera guardia y la segunda y llegaron a la puesta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió automáticamente. Y habiendo salido pasaron adelante por una calle, y al instante se apartó de él el ángel. Entonces Pedro vuelto en sí dijo: “Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos”.
Act.XII, 1-11
Evangelio
En aquél tiempo: Propuso Jesús esta cuestión a sus discípulos: “¿Quien dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista, otros Elías, otros Jeremías o algún otro de los profetas”. Díjoles: “Y según vosotros, ¿quien soy Yo?” Respondiole Simón Pedro y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Entonces Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Bar-Yoná, porque carne y sangre no te lo reveló, sino mi Padre celestial. Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos”.
Matth. XVI, 13-19
Catena Aurea
Orígenes, homilia 1 in Matthaeum, 15
Pregunta Cristo a los discípulos para que sepamos nosotros por las respuestas de los apóstoles las diversas opiniones que había entonces sobre Cristo entre los judíos y para que investiguemos siempre la opinión que sobre nosotros tienen formada los hombres, a fin de que si hablan mal, evitemos las ocasiones de que puedan hablar así y si bien, las aumentemos. También el ejemplo de los apóstoles enseña a los discípulos de los Obispos la obligación que tienen de informar a sus Obispos de las opiniones que sobre ellos se tenga por fuera.
San Jerónimo
La pregunta del Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" es admirable. Porque los que hablan del Hijo del hombre, son hombres y los que comprenden su divinidad no se llaman hombres, sino dioses 1.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 54,1
Mas no dice: ¿qué dicen los escribas y los fariseos de mí?, sino: ¿qué dicen los hombres de mí? Investiga la opinión del pueblo, porque no estaba inclinada hacia el mal. Y aunque su opinión sobre Cristo era inferior a la realidad, estaba, sin embargo, pura de toda malicia. No así la opinión de los fariseos, que era sumamente maliciosa.
San Hilario, in Matthaeum, 16
Al decir el Señor: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" dio a entender que debían tenerle por otra cosa distinta de lo que veían en El. El era, efectivamente, Hijo del hombre: ¿qué deseaba, pues, que opinaran sobre El? No queremos opinar sobre lo que El mismo confesó de sí, sino de lo que está oculto en El, que es el objeto de la pregunta y la materia de nuestra fe. Nuestra confesión debe estar basada en la creencia de que Cristo no solamente es Hijo de Dios, sino también Hijo del hombre y en que sin las dos cosas no podemos abrigar esperanza alguna de salvación. Por eso dijo Cristo de una manera significativa: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?"
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 54,2
Es decir, sobre esta fe y sobre esta confesión edificaré mi Iglesia. Palabras que dan a entender, que muchos creerán en lo mismo que ha confesado Pedro. El Señor bendice las palabras de Pedro y le hace pastor.
San Agustín, retractationes, 1,21
Dije en cierto lugar hablando del apóstol San Pedro, que en él, como en una piedra, fue edificada la Iglesia. Pero no ignoro que después he expuesto en muchas ocasiones las palabras del Señor: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" en el sentido de que la Iglesia está edificada sobre aquel a quien confesó Pedro diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Pues Pedro, llamado por esta piedra, representa la persona de la Iglesia que está edificada sobre esta piedra. El Señor no le dijo: Tú eres la piedra, sino tú eres Pedro y la piedra era Cristo ( 1Cor 10,4), a quien confesó Simón, así como a éste le confiesa toda la Iglesia y por esta confesión ha sido llamado Pedro. De estas dos opiniones puede elegir el lector la que le parezca más probable.
Cirilo, thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate
Según la promesa de Cristo, la Iglesia apostólica de Pedro permanece pura de toda seducción y a cubierto de todo ataque herético, por encima de todos los gobernadores, obispos y sobre todo los primados de las iglesias, en sus pontífices, en su completísima fe y en la autoridad de Pedro. Y cuando algunas iglesias han sido tildadas por los errores de alguno de sus individuos, sólo ella reina sostenida de un modo inquebrantable, impone silencio y cierra la boca a los herejes. Y nosotros, a no ser que estemos engañados por una falsa presunción de nuestra salvación, o tomados del vino de la soberbia, confesamos y predicamos juntamente con ella la verdad y la santa tradición apostólica en su verdadera forma.
San Jerónimo
Algunos obispos y presbíteros, que no entienden este pasaje, participan en alguna medida del orgullo de los fariseos, llegando al punto de condenar a algunos que son inocentes y de absolver a otros que son culpables, como si el Señor tuviera en cuenta solamente la sentencia de los sacerdotes y no la conducta de los culpables. Leemos en el Levítico (caps. 13 y 14) que a los leprosos estaba mandado presentarse a los sacerdotes para que si efectivamente tenían lepra, los sacerdotes los declararan impuros y esto se mandaba, no porque los sacerdotes causasen la lepra o la inmundicia, sino porque podían distinguir ellos entre el leproso y el que no lo es, entre el que está puro y el que no lo está. Así, pues, como allí el sacerdote declara impuro al leproso, así también aquí en la Iglesia, el Obispo o presbítero ata o desata, no a los que están inocentes o sin culpa, sino a aquellos de quienes por su ministerio ha tenido necesidad de oír variedad de pecados y distinguir cuáles son dignos de ser atados y cuáles de ser desatados.
Orígenes, homilia 1 in Matthaeum, 16
Sea, pues, irreprensible el que ata o desata a otro, a fin de que sea también digno de atar y desatar en el cielo. Las llaves del Reino de los Cielos sólo se dan como recompensa a aquel que por su virtud puede cerrar las puertas del infierno. Y todo el que comenzare a practicar toda clase de virtudes, se abre a sí mismo la puerta del Reino de los Cielos, esto es, se la abre el Señor con su gracia, de suerte que la misma virtud es a un mismo tiempo puerta y llave de la puerta. Pueda ser que cada virtud sea el Reino de los Cielos.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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