domingo, 15 de julio de 2018

Predicar con el ejemplo

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PREDICAR CON EL EJEMPLO

Por José María Martín OSA

1.- La valentía del profeta. Nuestra vivencia de la fe es poco comprometida. Nos cuesta mucho ser consecuentes y por eso no hacemos atractivo el seguimiento de Jesús. El profeta Amós, pastor y campesino, vivió en Israel en el siglo VIII antes de Cristo. Aunque era extranjero en Israel, pues había nacido en Técoa de Judá, profetizó en el Reino del Norte. Habló claramente, sin rodeos ni diplomacia. Condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día de Yahvé, la ruina de la casa real y el exilio del Reino del Norte. Habló donde era preciso hablar y en el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas. Por eso sus palabras resultaron insoportables y subversivas. No es de extrañar que le salga al paso el sumo sacerdote Amasías que, como buen funcionario, debe velar por los intereses del rey de Israel, Jeroboán II. El sacerdote decide por su cuenta echar de Betel al hombre de Dios. Amós le responde enérgicamente y le dice que él no es un profeta de oficio, que no pertenece a ninguna escuela profética, y que para vivir le basta con cultivar higos y cuidar un rebaño de cabras. Si él predica la palabra de Dios no lo hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado profetizar contra Israel. Por encima de la voluntad de Amasías y la presión del poder está la autoridad indiscutible de Dios: “Ve y profetiza a mi pueblo de Israel”.  Amós es consecuente y valiente, sabe que se juega su vida. Una buena lección para nosotros, que hemos sido ungidos como profetas en el Bautismo y que a la mínima dificultad nos retiramos. ¿Somos conscientes de nuestra misión de ser profetas en medio de nuestro mundo?


2.- Dios tiene un plan para nosotros. ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? El "misterio" ha quedado revelado, como nos dice Pablo en la Carta a los Efesios. No hay azar. Dios tiene un "plan": Dios ha creado para nosotros el mundo, casa abierta para los hijos de Dios. No vamos a la deriva, caminamos hacia una meta: todos los hombres reunidos en torno a Cristo formando un inmenso Cuerpo, la humanidad regenerada sentada en torno a la mesa familiar, el encuentro definitivo de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Esto no son sólo palabras bonitas, promesas sin garantía. Entre nosotros vive un hombre en quien se ha cumplido ya todo esto: Jesucristo, muerto para resucitar. Cada eucaristía recordamos este proyecto de Dios, participamos en él y esperamos que termine por ser realidad total. Cada día de la semana, cada acontecimiento de nuestra vida es una etapa en el camino de Dios, cuando sean todas las cosas recapituladas en Cristo

4.- Un anuncio que exige un cambio de vida. Hoy Jesús encomienda su misión a los Doce. El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza. La misión de los doce no es para enseñar (esto es específico de Jesús), sino para proclamar la conversión. El término conversión nos remite a la proclamación programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del reinado de Dios. Significa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión de los doce busca provocar una transformación. El alcance de esta transformación queda puesto de manifiesto en el poder que Jesús les confiere sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión tiene también una dimensión material como elemento constituyente. Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad de su misión no estriba en los medios empleados. Lo más importante es el testimonio personal. ¿Somos conscientes de la urgencia de la misión en nuestros días? ¿Damos testimonio con nuestra vida coherente?

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