martes, 16 de enero de 2018

La aventura de ser llamado por Dios


Todos nosotros, no importa la edad, nos sentimos atraídos por la aventura y por correr algún riesgo. Tiene aquellos que saltan de metros de altura con apenas una cuerda atada a la cintura o que descienden ríos caudalosos en una embarcación un tanto precaria ... Incluso aquellos que no les gustan los deportes radicales a menudo les gusta arriesgarse en un juguete del parque más emocionante o hasta incluso haciendo una inversión un poco arriesgada. Tal vez fue esa atracción a la aventura, tan inherente a nosotros hombres, que llevó a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida por Edith Stein, a decir que "responder el llamado de Dios es una aventura, y vale la pena correr ese riesgo". Tal vez pocas definiciones de "vocación" sean tan precisas como ésta. Ser llamado por Dios y responder a ese llamado es vivir una aventura, con todo lo que tiene derecho. Y no diría sólo una aventura, pero La aventura! Responder a este llamado es mirar hacia adelante y ver una vía desconocida e incierta a ser recorrida. (San Juan de la Cruz nos habla de las fieras, de los fuertes y de las fronteras, Santa Teresa de las mujeres, de las fuertes y de las fronteras, "Sevandijas", entre otros ...). Es percibir que sus piernas se balancean y vacilan antes de dar el primer paso y sentir un frío en la barriga al iniciar la caminata. Es alegrarse, maravillar, con los bellos paisajes descubiertos a lo largo de la carretera (pienso en aquellos que, por el sí que damos a Dios, tienen las vidas transformadas por Él, las cuales podemos o no contemplar), tanta cosa que nunca esperábamos ver, ¡ni sabíamos que existía! Pero como cualquier aventura, responder a Dios es también sentir el cansancio de la larga jornada, del sol a quemar nuestra frente. Es mojarse con la lluvia inesperada, herir con las piedras y ramas del camino, tropezar e incluso caer. ¡Y cuántas caídas! Es a menudo tener ganas de desistir, de recordar el confort de su casa, mirar hacia adelante y preguntarse si vale la pena continuar. Es la propia Edith Stein quien asegura que vale, sí, la pena proseguir, sea cual sea el riesgo. Ella es testigo, así como muchos otros santos que, también oyendo la voz de Dios que los llamaba, se pusieron en camino y alcanzaron la cima de este monte que escalamos día tras día. Es interesante que Edith Stein era carmelita (monja de vida contemplativa) y murió mártir en un campo de concentración, y aún así, tuvo el coraje de atestiguar cuánto vale la pena seguir a Dios. Más aún que los que nos dan testimonio, es Dios mismo quien nos asegura que vale la pena correr todos esos riesgos y otros. Es digno, porque en ese camino nosotros somos madurados por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque la nuestra la meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? Más aún que los que nos dan testimonio, es Dios mismo quien nos asegura que vale la pena correr todos esos riesgos y otros. Es digno, porque en ese camino nosotros somos madurados por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque la nuestra la meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? Más aún que los que nos dan testimonio, es Dios mismo quien nos asegura que vale la pena correr todos esos riesgos y otros. Es digno, porque en ese camino nosotros somos madurados por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque la nuestra la meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? es el mismo Dios quien nos asegura que vale la pena correr todos esos riesgos y cualquier otro. Es digno, porque en ese camino nosotros somos madurados por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque la nuestra la meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y
entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? es el mismo Dios quien nos asegura que vale la pena correr todos esos riesgos y cualquier otro. Es digno, porque en ese camino nosotros somos madurados por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque la nuestra la meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? porque en ese camino nos madura por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque nuestra meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? porque en ese camino nos madura por Él, somos sostenidos por su Providencia, que nunca se deja faltar y que nos da más de lo que pedimos o pensábamos pedir, somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque nuestra meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque nuestra meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo? somos purificados de nuestros pecados y podados en nuestras imperfecciones y porque nuestra meta es la felicidad sin fin, la santidad. En fin, vale la pena porque el premio es el mismo Jesucristo, la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Muchos son los aventureros que cada día escuchan la voz del Señor a interpelarlos y reciben de él la gracia de corresponder a esa voz, que llama y capacita para responder. ¿Y entonces? ¿No quiere usted también correr ese riesgo?
por el Secretario de la Comunidad de Vida Shalom.

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