domingo, 10 de diciembre de 2017

COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «CIELO NUEVO Y NUEVA TIERRA»

Publicada: 09 dic. 2017 03:08 p.m. PST
El Adviento nos invita a la conversión, es decir, a aproximarnos a Cristo y dejarnos trasformar por él

Cuando llega el tiempo de elecciones, los políticos prometen a los ciudadanos que, si ganan, cambiarán la sociedad: todo irá mejor, al menos mejor que con el gobierno de sus predecesores. Sabemos bien que es propio de la retórica del momento y ajustado a las esperanzas humanas que fecundan el anhelo de un mundo mejor, más justo, más fraterno, más habitable.

También sabemos que esas promesas no se cumplirán, al menos en su totalidad, porque este mundo no se cambia por la voluntad de quienes lo rigen. Existen condicionamientos insuperables, derivados de la condición humana herida por el pecado y de las mismas estructuras de pecado que llegan a ser crónicas, como afirma la moral social, por la sinergia que también el mal produce. Todos participamos en la consolidación del bien y del mal. 

En este segundo domingo de Adviento, la liturgia conecta con ese deseo del hombre que aspira a un mundo renovado. Los judíos que vivían en el exilio de Babilonia reciben el anuncio del profeta Isaías de que por fin ha llegado el tiempo del retorno a Jerusalén: «Consolad, consolad a mi pueblo», son las palabras que inician el mensaje de la liberación.

San Pedro también se dirige a su comunidad que sufría desaliento porque pensaba que Dios tardaba en cumplir sus promesas. «El Señor, dice el apóstol, no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan». Quizá este argumento no convenza a quienes desean que Dios actúe ya, sin tardanza y con justicia. Como tampoco convencerá el hecho de que «para el Señor un día es como mil años y mil años como un día». ¿Habrá que esperar entonces mil años para que el mundo cambie? ¿Quién verá entonces cumplida su esperanza si apenas llegamos a vivir cien años?.

Es evidente que Dios no gobierna este mundo con criterios humanos. Por eso la esperanza de un cielo nuevo y de una tierra nueva es una esperanza que trasciende lo intramundano. La esperanza cristiana tiene su fundamento en el Dios de las promesas, fiel a sí mismo, que tiene en sus manos el dominio del tiempo y de la historia. ¿Quiere decir entonces que este mundo no puede cambiar? Entonces, ¿qué sentido tiene la esperanza? La respuesta a estas preguntas, la ofrece el mismo san Pedro cuando afirma: «Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.

Por tanto, mientras esperáis estos acontecimientos, procurar que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables». El cambio de este mundo a otro mejor comienza cuando cada cual se atreve a vivir en una conversión permanente. La esperanza está vinculada íntimamente a la conversión del corazón. Se comprende así que cuando Juan Bautista anuncia la llegada del Mesías, diga que viene a bautizarnos con fuego. ¿Qué significa esta imagen? El fuego es el símbolo de la purificación, de la caridad ardiente que, como en el crisol, nos libera de todo lo impuro y nos permite brillar como nuevas criaturas. Y cuando uno brilla, su entorno se ilumina. Los santos iluminan el mundo y lo cambian prefigurando el mundo que vendrá.

Hay un dicho de Jesús, transmitido en el evangelio apócrifo de Tomás, que dice: «Quien se acerca a mí, se acerca al fuego».  Y en el evangelio de Lucas, Jesús afirma que ha venido a traer fuego a la tierra y desea que arda. Con estas imágenes, Jesús nos ofrece la clave para entender cómo tendrá lugar el cambio de este mundo, su proceso de transformación hacia el mundo definitivo. Por eso el Adviento nos invita a la conversión, es decir, a aproximarnos a Cristo y dejarnos trasformar por él.

+ César Franco
Obispo de Segovia

Fuente: Diócesis de Segovia

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