domingo, 13 de agosto de 2017

La piedad de María

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Segundo sábado de agosto con María en el corazón. En este día me uno especialmente a la Virgen para aprender de Ella la profunda piedad que llevaba impresa en el corazón y que le permitía entender que todo en Ella era un don de Dios. María sentía en lo más profundo de su alma que su vida era una relación intensa de oración con el Padre. Todo se entiende ahondando en cada frase del Magnificat, el cántico poético que brotó de los labios de la Virgen.
Cuando la Virgen pronuncia el Magnificat no exalta la grandeza de ser la Madre del Mesías que redimirá al mundo, no se exalta a si misma como la más grande entre las mujeres, sino que da alabanza al Señor como parte integrante de su pueblo santo. Antepone a su yo una profunda espiritualidad. María enseña en esta profunda pieza que la oración es unirse al Padre, es hacerlo todo por amor a Dios y al prójimo, basarlo todo en la verdad sobre Dios y el hombre. María es consciente que en Ella todo fue un don de Dios que ha fijado su mirada en la humildad de una joven de Nazaret, en la profunda sencillez de su esclava

Solo así uno es capaz de comprender como es la piedad de María. Una piedad que es devoción por las cosas santas, unida al amor a Dios, que lo impregna todo de amor, misericordia y compasión en una entrega generosa y un hacer de la vida una ofrenda a Dios. Un alma la de María sencilla, humilde, serena y profunda. Un alma alejada de todo orgullo y soberbia. El alma de la Virgen es una alma piadosa que no necesita afirmarse ante Dios y que se manifiesta en hacer grandes incluso las cosas más pequeñas de la vida. Pero sobre todo, es la piedad que se une al misterio de Dios y que tiene su momento culminante a los pies de la Cruz. Allí, María ofrece sus sufrimientos de Madre para la salvación del mundo y Dios la premia con el honroso y venerable título de Corredentora de la humanidad.
Pero, sobre todo en María, su piedad indica su clara pertenencia a Dios en una intensa relación vivida desde lo más profundo del corazón; en una permanente amistad con Dios; en un continuo sentirse en presencia del Padre, en una autentica confianza filial con Él, con una enorme capacidad para dirigirse a Él con amor, humildad y sencillez. La piedad de María lleno su corazón de alegría, de entusiasmo, de amor, de generosidad, de paz… Es lo que le pido hoy a María: crecer en mi relación y comunión con Dios y volcar toda mi piedad en mi relación con Él y con los demás, para reconociéndolos como hermanos, llenar mi vida de la presencia viva del Señor convirtiendo mi vida en un cántico permanente de oración.


¡Padre, gracias por darnos a María como Madre! ¡Gracias, Madre, por enseñarme el camino hacia el cielo! ¡Gracias por ser modelo de amor y de misericordia, de piedad y de oración, de humildad y sencillez! ¡Gracias, María, por ese amor que demuestras a Dios y tu Hijo que me enseña a ser también agradecido por todo lo que tengo y he recibido del Padre! ¡Gracias, María, porque a través de tu piedad y con la fuerza del Espíritu Santo me abres el corazón a la ternura de Dios! ¡Gracias, porque me haces ver la verdadera esencia de la oración, la experiencia de la pobreza personal, de lo importante que es vaciarse de sí para abrirse al Señor y a los demás, de la intranscendente de la vida si Dios no está en el centro! ¡Gracias, María por llena mi vida de tu experiencia de piedad! ¡Gracias, Maria, porque me haces comprender que poniéndolo todo en tus manos puedo también recurrir a Dios para obtener de Él su gracia, su ayuda, su misericordia y su perdón! ¡Gracias, porque tu delicada y amorosa piedad me ayuda a orientar mi vida de piedad y alimentar mi corazón con la dicha de la confianza y esperanza en Dios! ¡Espíritu Santo, te pido como hiciste con María, infundas en mi corazón el don de piedad para amar más y mejor, para convertir mi corazón en un corazón lleno de mansedumbre, caridad y amor como fueron los corazones de Cristo y María! ¡Ayúdame como lo fue María manso de corazón para llenar mi vida de bondad y benignidad y convertir cualquier acto de mi vida en un ejercicio de oración y de piedad!

Magnificat, el canto que dedicamos hoy a María:


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